jueves, 1 de noviembre de 2018

Esos cuentos maravillosos







ESOS CUENTOS MARAVILLOSOS
PARTE II   (Por Hans Behr)

La entrega anterior la culminamos con un autor nacional (José de la Cuadra y su memorable Guásinton, uno de los cuentos donde es notorio el adelanto en los caminos del realismo mágico). Iniciaremos entonces, esta segunda parte con cuentistas ecuatorianos.  Este artículo guarda una regla básica. Transmitirles, por qué estas historias, en algún momento, se me volvieron imborrables.
     “Un hombre muerto a puntapiés”. El cuento se centra en que el personaje (y narrador al mismo tiempo) ha leído en el periódico que un hombre ha muerto a puntapiés. Así de sencillo, sin detalles de lo ocurrido. Solo una nota que refiere que la víctima era “vicioso”. ¿”Vicioso”?  Allí Palacio, influenciado por sus estudios en leyes, nos va armando, mediante la inducción, con ironías y certezas, los posibles eventos que llevaron al homicidio. Sutilezas psicológicas. Esto es justamente lo imborrable de la historia. Su reconstrucción certera, policial, a partir de dos fotografías que le son facilitadas por el comisario. Cabe resaltar, el llamativo nombre del obrero, el estilo de narrar,  la sonora forma de describir la violencia: “Epaminondas, así debió llamarse el obrero, al  ver  en tierra a  aquel pícaro,  consideró que era muy poco castigo un puntapié,  y  le  propinó  dos  más, espléndidos  y  maravillosos en el género, sobre la larga nariz…. ¡Cómo debieron sonar esos maravillosos puntapiés!
Como el aplastarse de una naranja, arrojada vigorosamente sobre un muro; como el caer de un paraguas cuyas varillas chocan estremeciéndose; como el romperse de una nuez entre los dedos; ¡o mejor como el encuentro de otra recia suela de zapato contra otra nariz! Así: ¡Chaj!”. Un cuento con mucho sonido.

     De la época de los grandes cuentistas ecuatorianos, tenemos a Joaquín Gallegos Lara, quien formara parte del conocido Grupo Guayaquil. Escritores comprometidos con los temas sociales y determinados a mostrar la realidad del cholo montubio, sus jergas populares, sus palabras y normas, su forma de vida, etc. Se adiciona la crudeza del relato, directo. Y aunque tenemos mucho material, cito el cuento “El Guaraguao”, el cual, además de formar parte de muchas antologías nacionales e internacionales, recoge todo lo dicho anteriormente. Repasemos el inicio: “Era una especie de hombre. Huraño, solo. No solo: con una escopeta de cargar por la boca y un guaraguao. Un guaraguao de roja cresta, pico férreo, cuello aguarico, grandes uñas y plumaje negro… Un guaraguao es, naturalmente, un capitán de gallinazos”.  Desde ya, el cuento atrapa desde el comienzo. Como lector, me asaltó la pregunta, ¿cómo así este hombre pudo “domar” al gallinazo? ¿Dones especiales? El personaje, apodado, chancho-rengo, negro de finas facciones, nos responde: “–Lo recogí de puro fregao...Luei criao dende chiquito, er nombre ej Arfonso”.  Y así nos enteramos que el gallinazo no solo lo ayudaba a cazar garzas sino que tenía un nombre propio. Arfonso. La historia es corta, directa, el hombre es emboscado y herido mortalmente, en la noche, por unos ladrones. Desde ese momento aparece lo sobrenatural recogedor: el guaraguao no sólo defiende a su “amigo” de los ladrones, sino también que lo cuida de sus congéneres, que querían picotearlo una vez que murió. El final es imperecedero: “El olor incitaba el apetito de los viudos. Vino otro guaraguao. Alfonso, el de Chacho-rengo, lo esperó, cuadrándose. Sin ring. Sin cancha. No eran ni boxeadores ni gallos. Encarnizadamente pelearon. Alfonso perdió el ojo derecho pero mató a su enemigo de un espolazo en el cráneo… Volvió la noche a sentarse sobre la sábana…Ocho días tarde encontraron el cadáver de Chancho-rengo. Podrido y con un guaraguao terriblemente flaco –hueso y pluma– muerto a su lado. Estaba comido de gusanos y de hormigas y no tenía la huella de un solo picotazo”.

     Encontré “El diamante tan grande como el Ritz” de F. Scott Fitzgerald, en una antología de cuentos de terror. Presenta 11 capítulos, lo que lo convierte en un cuento largo o pequeña novela. Otro punto, es que la historia no es precisamente de terror, según algunos críticos es difícil de clasificar, ya que ronda en la aventura, en lo policial, la intriga y el suspenso. Pero lo que sí aseguro es que, a medida que corre la trama, se vuelve inquietante e impredecible. El resumen es el siguiente: Un joven estudiante  John Unger es invitado por su amigo Percy Washington a pasar las vacaciones en el suntuoso e inaccesible hogar de su familia. Situado en unas montañas rocosas entre Estados Unidos y Canadá… “en los únicos ocho kilómetros cuadrados del país que no aparecen en ningún registro”. John, ni el lector, tienen idea del peligro que está invitación encierra. Sin embargo, a través de una de las hermanas de Percy, con quien John empieza a frecuentar y a enamorarse, descubre que la lujosa residencia (baños temperados, salas de cine, zona verde para caminatas) está sobre un enorme diamante, el más grande del mundo… y que, debido a ello, todo invitado no podría salir vivo de allí porque divulgaría el secreto del diamante. Usualmente, por información de su amiga, las víctimas eran “dormidas” para poder asesinarlas, antes de que terminara su período de visita. En ese momento, John Unger sabe que ha firmado su sentencia de muerte, y el lector recibe de un solo impacto una tremenda carga de ansiedad para conocer el desenlace. Asunto que no les contaré, sino más bien, para quien no haya leído la historia, lo haga.


     Finalmente, quiero hacer referencia a historias infantiles, juveniles. No quiero dejar de lado “El principito” de Antoine de Saint-Exupéry, por la trama y las frases poderosas que uno encuentra en sus páginas: "Si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Para mí serás único en el mundo. Para ti, yo seré único en el mundo". "No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo".  O que tal esta: "A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial". Releí esta obra varias ocasiones, sólo para degustar esa profundidad (alcanzada también en el cómic de Quino: Mafalda). En este ámbito, no descarto a “El príncipe feliz” de Oscar Wilde, con un inicio certero: “En la parte más alta de la ciudad, sobre una columnita, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz”. Una historia llena de ternura y amistad, ya que, por intermedio de una golondrina, y a pesar del crudo invierno, la estatua del príncipe feliz va obsequiando todos sus zafiros y adornos de oro, a las personas que en el pueblo padecían alguna necesidad. Al final del relato, la estatua y el ave han entregado todo lo que tenían, incluyendo sus fuerzas. Y allí radica lo hermoso de la historia. Lo que queda siempre, lo que uno “se lleva”, son las obras que hacemos a los demás. 

Revista Suridea casa de la Cultura N0.33



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sábado, 31 de marzo de 2018

Una suave brisa en mi rostro (minicuento infantil que se publicó en la FLI Quito 2017)









UNA SUAVE BRISA EN MI ROSTRO

     Como no pudiste vencer el tiempo, y te fuiste haciendo viejito y se te formó un bigote canoso (asunto imposible de imaginar cuando eras joven y fuerte), y te cayeron enfermedades propias de la edad, hasta que te marchaste para siempre al reino de los perros dichosos, tampoco creo que podrás engañar a la muerte, para venir un ratito a mi lado, darme unos ladridos y dejar que te acaricie como lo hacía siempre.
     Recuerdo, ahora que corro en el parque para disipar la pena, que viniste una mañana similar. Había una ligera llovizna. Y del norte llegaba un delicioso aroma  de chocolate, producto de las fábricas que había en ese lugar. La camioneta que estacionó en el recinto de la Defensa Civil traía cinco hermosos cachorros. Como yo llevaba tres años laborando en la cruz roja,  tuve la primera opción. Había dos bóxer, dos labradores, y un pastor alemán. Sin dudarlo, me decidí por ti, eras el pastor que  había querido siempre.
    Enseguida te puse un nombre, el nombre de un perro al yo admiraba en mi niñez, porque era el actor principal de una serie televisiva, Corre Joe Corre. Se trataba de un perro k9 (la máxima calificación en entrenamiento animal). En cada capítulo debía ayudar a las personas que encontraba, y al mismo tiempo, escapar de la policía por un crimen que no cometió.
    Así que te puse Joe. Como el perro actor.
    Creciste flaco, como un pajarraco. A los 8 meses tuve que llevarte de nuevo a los aposentos de la defensa civil, donde se efectuarían los entrenamientos caninos. Tres meses de encierro. Mi único temor era que alcanzaras la calificación más alta, ser un k9, porque entonces sí te hubiera perdido. Porque los canes que lo logran pasan a las fuerzas especiales y son usados para detectar droga, explosivos y luchar contra delincuentes.
    Tu calificación te ubicó como perro rescatista de personas atrapadas en edificios, guía de ciegos, guardián, y sobre todo, buen amigo.
    Varias veces tuvimos que realizar labores de salvamento. Nuestro equipo lo completaba: Alejandra, la enfermera, que te llamaba Marujini (recuerdo que una vez la hiciste caer por quitarle un helado), Pablo, el médico, quien te llamaba Capitán del ejército de los pastores alemanes.  Paula, la encargada de las transfusiones, que te decía alegremente Pirata, y Juancho, el de logística, que no era muy  amante de los perros pero que de vez en cuando te regalaba una pelota de tenis. Tú no te molestabas por tantos nombres con tal que esas palabras vinieran con cariño.
     Una vez, en el 2010, nuestro gobierno nos envió a Haití, cuando ocurrió el terremoto. La misión: rescatar a personas atrapadas en los edificios derrumbados. Yo te guiaba por los escombros, y tú olfateabas. Aguantábamos el calor y el sol. Eso no nos podía vencer. ¿No es así? ¿A cuántas personas descubriste para notificar con tus ladridos la presencia de sobrevivientes? El número salió en los periódicos, nueve personas, entre ellas, una mujer embarazada que no paraba  de llorar y abrazarte, y 3 niños.  Otros perros también lograron lo suyo y el gobierno de Haití los condecoró con una medalla a la valentìa, la misma que fue colgada con honores en nuestras oficinas de la cruz roja.  
     Para estar en forma, corríamos todas las mañanas, aunque a veces en las tardes, o en las noches. Luego hacíamos las prácticas que necesitabas. Saltos, búsquedas de objetos con el olfato, arrastres y giros.
     Vimos muchos amaneceres, enfrentamos a jaurías de perros. ¿No habrás olvidado a ese enorme perro rojo que vino directo a atacarnos? Pero tú inmutable, lo esperaste, levantaste tu cuerpo para soportar la arremetida, y sólo eso bastó para que el gran  rojo, notara la fuerza de tus patas. Lo venciste sin una sola mordida. ¿Y el día de la gran tempestad?  Fue fabulosa y tétrica. Nos agarró una tarde, cuando nos faltaba poco para llegar a casa. El cielo se desgajó, y los rayos caían a derecha e izquierda. Jamás mostraste temor. O quien sabe. Pero mientras estuvieses conmigo te sentías protegido, aunque el verdadero protegido era yo.
    ¿Y a dónde dejamos nuestro secreto? Ese de usar nuestro entendimiento, instructor-perro, para dar espectáculos gratuitos en diversas escuelitas, algunas de niños humildes. Otras de ricachones. Aquello no nos importaba. Todos tienen problemas. Quizás el niño pobre no había desayunado esa mañana, o de pronto el niño rico extrañaba la separación de sus padres. Pero el malestar quedaba atrás mientras te veían saltar, caminar en dos patas, hacerte el muerto, buscar un objeto entre el público, y por último darme un empujón para que yo (ese día convertido en el payaso Trapo, bola roja en la nariz incluida), cayera de cabeza en un balde agua.
     Tuve la suerte de ser tu dueño.
    Tu dueño, amigo y compañero, y a veces, tu papá, al menos cuando, cansado de algún trajín, me depositabas cariñosamente el hocico sobre mi pierna, como si quisieras encontrar un hoyo para estar allí, y yo te rascaba la cabeza y te daba las gracias por darme la oportunidad de convertirme en un mejor ser humano.
     Ojalá lo logre.  Te lo deberé a ti.
     Así fueron tus últimos días. La veterinaria dictaminó insuficiencia cardíaca grave. Te acompañé hasta el final. Jugamos  a la pelota y hasta inventamos un rap, el que quedó grabado en mi teléfono celular. Fue fácil hacerlo porque mientras yo cantaba, tu ladrabas (imagino para que me calle), pero a la larga parecía que cantábamos juntos.

    He terminado de correr. Entiendo que eso debió haber sido lo que me hubieras dicho, en caso hablaras. “No te rindas amigo”.
    Lo sé.

    Hay una lágrima en mi rostro, tiene una coloración azul. Y en eso me maravillo que un perro de tamaño mediano, todo peludo y descuidado, sale de entre los matorrales, me ladra un par de veces, mueve su cola, deja que lo acaricie en el lomo, y se va alejando a toda velocidad, mientras una suave brisa con olor a chocolate me llega al rostro.

lunes, 12 de febrero de 2018

FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO QUITO NOVIEMBRE 2017

Había olvidado subir algunos momentos interesantes de la FLI Quito noviembre 2017.
Allí van

                                                     Mi esposa y yo (Lorena y yo)


                                                        La ventanita
Cena con invitados a la FLI, entre ellos  Valeria Asanza, Pilar Vela, Santiago Vizcaíno, director de publicaciones de la U. Católica de Quito.

Me encontré con mi cuento infantil... El chocolate del pirata,  Manthra Editores.

Tuve la dicha de ver a mi cuento "Una suave brisa en mi rostro" ser repartido a los niños asistentes a la FLI

Mi preparación antes de la primera charla. José de la Cuadra Precursor del realismo mágico. Escogí su cuento Guásinton. Yo pienso que también tuvo una mente cinematográfica, al leer en esta historia, todo lo que el gran lagarto podía ser. Una mente casi humana. Una personaje valiente, hasta el final.

             

Mi primera charla y sus entusiastas asistentes. Me sorprendió la puntualidad del evento, debo decirlo.


Conversatorio sobre la lectura con las poetas Verónica Aranda, Siomara España y Aleyda Quevedo.

                   Salud, por las letras.

jueves, 1 de febrero de 2018

ESOS CUENTOS MARAVILLOSOS 1 PARTE






ESOS CUENTOS  MARAVILLOSOS
PARTE  I

     A quienes nos gusta la literatura, tenemos guardados en la memoria aquellos cuentos, o fragmentos, que resultaron por una razón u otra, memorables. Quizás por el principio, aquél que nos atrapó desde las primeras líneas. O por  el argumento, lo que pesa realmente en una historia, o el final, el cual nos dejó muchas veces sin respiración. El cuento que nos abrió por un momento, la puerta de otra dimensión, a la que ingresamos espiritualmente para percibir el encanto que dejan las letras, las letras de una historia bien contada.
Recuerdo algunas narraciones de mi infancia, historias de leones y otros animales de la selva, que me llenaron de entusiasmo por la lectura, sin embargo, no recuerdo sus nombres y autores, por eso, paso a referir los que presentan una ubicación precisa.
Y podría empezar con una obra que leí en una antología de cuentos españoles: “Adiós cordera, adiós”. Era mi tiempo de  aulas escolares. Recuerdo que era un sábado, andaba con la guardia baja y  me interné en las verdes praderas descritas a la perfección por la pluma de Leopoldo Alas, Clarín, los postes del telégrafo y el tren que pasaba por el lugar. Y a los dos niños, Pinín y Rosa, gemelos, que jugueteaban con su Cordera en ese extraordinario lugar, olvidando su pobreza, hasta que algo rompe el equilibrio. Sólo en ese momento, el perverso título de la obra crece en la mente del lector. El estado económico de la familia obliga al padre a vender a la Cordera, y los pequeños la ven marcharse en el tren rumbo al matadero. Recuerdo que cerré el libro con furia, a sabiendas que la literatura tiene el poder de describir las cosas como ocurren, que los finales rosas no se dan siempre. Y que la literatura es el fuel reflejo de la vida, no de lo que nosotros queramos.
Posteriormente, en mi época universitaria, cuando “conocí” a Cortázar, me deslumbró  “Continuidad de los parques”, con un principio relativamente sencillo (que no era sino una trampa bien estudiada para el lector): “Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca”. Hasta aquí, todo normal, pero de inmediato se va presentando un mundo paralelo, los parques se ven reflejados en la novela que el lector lee, así mismo como el argumento, que no es otro del asesinato del lector por parte de su esposa y amante, a más de un final abierto, según mi  apreciación.
Y apenas me recuperaba de esta lectura, me encuentro con “la noche boca arriba” del mismo autor, un relato, que presenta, como en el anterior, un inicio llano, un muchacho sale de su trabajo en su motocicleta… ¡qué puede ocurrir?: “A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba”.  Sin embargo, el relato va adentrándose en el hecho fantástico, luego que el protagonista sufre un accidente y es colocado en una camilla, entonces se  mezclan realidades, y el autor utiliza el recurso del soñador que está dentro de otro sueño, ya que se alterna, el hombre moderno acostado en la camilla, dentro de un hospital, y el indio moteca apresado, en la guerra florida, por los aztecas para llevarlo al sacrificio. Allí ya no hay vuelta atrás. El lector, al igual que el personaje, ya no tiene la oportunidad de escapar, debe ir hasta el final, y descubrir, junto al soñador, cuál era la historia válida; y tal vez, empujando al citadino para que despertara de una vez y volviera a la normalidad, asunto que nunca ocurre. Un cuento que me dejó con la respiración alterada, y mostró, que dentro del relato fantástico, toda salida es posible.
     Borges no podía faltar en mi lista. Su vasta obra deja enseñanza y admiración, pero en lo particular, coloco en la cima, el cuento 'La escritura del  Dios". Pertenece a “El aleph”, publicado en 1949 en los tiempos del surgimiento de la nueva narrativa hispanoamericana. El argumento  es sencillo: Tzinacin, quien es "mago de la pirimide de Qaholom", guarda condena en una oscura prisión junto a un jaguar, del cual está separado por un muro. El personaje conoce que jamás saldrá de esa prisión. Sobrevive gracias a sus juegos mentales,  trata de descubrir el conjuro divino que detendrá todos los males, incluyendo a los españoles. En Borges admiro la precisión de los momentos, ya que al mediodía, cuando el carcelero los alimenta, hay  una ligera iluminación en que el mago puede observar al jaguar y sus líneas.  A través de los años descubre que sólo allí, el Dios guardaría el conjuro, en la piel de los jaguares: “Dediqué largos años a aprender el orden y la configuración de las manchas. Cada ciega jornada me concedía un instante de luz… Algunas incluían puntos; otras formaban rayas trasversales en la cara interior de las piernas… Acaso eran un mismo sonido o una misma palabra…”  Su labor continua hasta que… “Vi las montañas que surgieron del agua, vi los primeros hombres de palo… entendiéndolo todo, alcancé también a entender la escritura del tigre.  Es una fórmula de catorce palabras casuales, y me bastaría decirla en voz alta para ser todopoderoso... Pero yo sé que nunca diré esas palabras, porque ya no me acuerdo de Tzinacán”. Otro arrebato, otro descubrimiento de las profundidades literarias, esas que dejan huellas perennes. Y encima la frase, que me hace recordar a Tolkien por la exactitud de las mismas: “Que muera conmigo el misterio que está escrito en los tigres” que vuelven este cuento inolvidable, parte de uno, y que sube el peldaño de poder ser releído y disfrutado, una y otra vez. 
Y en esta primera entrega, quisiera aportar también con el gran cuento, Guasinton, de José de la Cuadra, a quien se lo considera precursor del realismo mágico. Añadiría: un visionario de la industria cinematográfica, pues quien se encuentra con esta historia que trata de un gigantesco lagarto, “cuyo centro de fechorías era el (río) Babahoyo, desde los bajos de Samborondón hasta las reservas del puentecillo Alfaro”,  y encuentra en el monstruo, un comportamiento “casi humano” (le gusta la música de la guitarra y las canciones de los campesinos, que exige, por ser el “señor” de las aguas “el pago de una vaca” por dejar pasar a las demás, o que para alimentarse, escoge entre un caballo y una mujer, al primero, nos hablan de un personaje imperecedero), que comete el error de devorar al perro favorito de don Macario, quien reúne una partida para terminar con el valiente saurio. Catorce hombres se necesitaron para lograrlo. Un cuento casi épico, que desgató imaginaciones e impresionó por el tiempo en que fue escrito.


Por Hans Behr

(Artículo aparecido en revista Sur Idea, Casa Cultura Loja, N0 32.)


domingo, 28 de enero de 2018



LA CERTEZA DE ESCRIBIR CUANDO NO ESTAMOS ESCRIBIENDO

     He estado presente en algunas charlas de escritores  (inclúyase conferencias de consagrados que pueden encontrarse  en la web), y  concuerdo como el que más que sea válido repasar los sabios consejos acerca de cómo escribir historias, el famoso decálogo, el que nos llevaría al best seller si encontramos un título que detente la magia del flautista de Hamelín, o si corregimos hasta la saciedad como decía Borges, quien publicaba para dejar de corregir;  no olvidar por supuesto el final tipo Nokaut que exponía  Cortázar si se trataba de un cuento, o buscar ganar por puntos si lo que construimos  es una novela, a más de sugerir o desechar lecturas de determinados autores, eludir los lugares comunes, crear personajes inolvidables y que no sean precisamente los principales, en fin.
    Sin embargo, he escuchado muy poco a autores que cuenten cómo escriben cuando no están escribiendo. La frase suena un tanto estrellada, pero es  cierta.
     Lo decía Mark Twain con una sencilla frase: “la palabra precisa tal vez sea efectiva, pero ninguna palabra jamás ha sido efectiva como un silencio preciso”. Agregaría que dentro de dicho silencio, se tejen las ideas más profundas. Thomas Carlyle el ensayista escosés, manifestó algo similar: “El silencio es el elemento en el que se forman las cosas grandes”.
     Ya es una parte, pero vamos a ir más allá del silencio.
    “Un montón de escritura sucede cuando no estás escribiendo” dice M. Furey.  ¿Correcto, o no?, son procesos que escapan a los procesos y pueden darse de la manera más extraña o sencilla, como cuando desayunamos un encebollado con los amigos, o en el cine, o al aspirar el aroma del manglar, e incluso al presenciar un evento deportivo. Murakami reconoció que en la primavera de 1978, mientras veía un partido de béisbol cerca de su casa, tuvo varias ideas y  decidió escribir una novela. Así de sencillo. En pocos meses terminó “Hear the Wing Sing”. Oscar Hahn, poeta chileno, galardonado con el premio Nacional de literatura 2012, y profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Iowa, denomina a esos momentos los “pre-fantasmas”, “seres que habitan un mundo que no está a nuestro alcance, y a través de la observación, deciden si vale la pena nacer”, en el texto, obviamente.
     Esto no evoca directamente a lo que llamamos inspiración, no confundamos la escritura inconsciente con la lucidez repentina que nos lleva al punto de partida de los grandes proyectos, o a la solución de un problema. No. El escribir sin estar necesariamente pegado a la silla es eso, receptar constantemente información acerca de nuestras historias. Día y noche, como si estuviéramos ante  el ordenador.  Y de repente, mientras estamos corriendo, o caminando con nuestro perro en el parque, pum, desciframos que tal o cual personaje no debería salirse con la suya, y no  porque se trate del villano. De igual forma tendremos la certeza que en nuestras páginas se dará un romance no programado, o descubrimos que en el cuento del asalto al banco los secuaces olvidaron desconectar las cámaras de seguridad.

     Me gustaría que los escritores hablaran más de este tema. Lo saben. Están acostumbrados a ello. Y lo esconden. Ya estamos saturados de decálogos. Nos toca entender los otros momentos, donde existe el reto de recordarlo todo al momento de sentarse nuevamente en el escritorio (un profesional logra retener el 80%). Se sugiere entonces, para los principiantes, llevar consigo una libretita de anotaciones, y un lápiz de punta fina, no vaya a ser que la tinta del esfero se haya terminado.

(artículo aparecido en revista Sur Idea CCLoja, N0. 31)

lunes, 22 de enero de 2018

Casita Casona, ahora con Loqueleo, Santillana

2018. Casita casona con Loqueleo, plan lector, éxitos

La historia de Casita (como le digo yo, aunque su nombre oficial es Casita casona casuna, novela infantil). Su lanzamiento fue en el año 2012, justo en el día del niño, en el colegio Logos (en la mañana, a toda bomba) y en Libri Mundi por la noche, con obra de teatro a cargo de Papom. A lo largo de estos 5 años se logró a través de los amigos de Editorial Norma llegar casi a las 10,000 unidades en venta, con más de seis re ediciones. Logró situarse entre las 10 mejores obras del 2013. Algo que me dio una gran satisfacción fue que la licenciada Gabriela Andrade se basó en la propuesta estética de Casita para realizar su tesis doctoral en literatura infantil en el año 2015 (UTPL).Tuve gratas experiencias como escritor al visitar colegios, conversar con tantos niños y comprobar cómo amaron a los personajes (hacían dibujos, y pintaban en cáscaras de naranjas), peeeero el contrato culminó. Sin embargo he tenido el empuje de mi amigo, el de arriba, en el que siempre deposito mi confianza y a quien todo le debo, y vino Santillana y firmamos contrato por la novela. No lo pensé dos veces, Les muestro la nueva portada de Casita y uno de sus personajes María Alejandra. Nuevas ilustraciones, nuevo formato. Tenemos 5 años más, hasta el 2022. También como escritor, me alegra ver que una obra mía haya cruzado dos editoriales. Adjunto también la portada que deja de ser, y algo de su recorrido. Bienvenida nueva edición, echa mucha candela Casita.