LA CERTEZA DE ESCRIBIR CUANDO NO ESTAMOS ESCRIBIENDO
He estado presente en algunas charlas de
escritores (inclúyase conferencias de
consagrados que pueden encontrarse en la
web), y concuerdo como el que más que
sea válido repasar los sabios consejos acerca de cómo escribir historias, el
famoso decálogo, el que nos llevaría al best seller si encontramos un título
que detente la magia del flautista de Hamelín, o si corregimos hasta la
saciedad como decía Borges, quien publicaba para dejar de corregir; no olvidar por supuesto el final tipo Nokaut que
exponía Cortázar si se trataba de un
cuento, o buscar ganar por puntos si lo que construimos es una novela, a más de sugerir o desechar
lecturas de determinados autores, eludir los lugares comunes, crear personajes
inolvidables y que no sean precisamente los principales, en fin.
Sin embargo, he escuchado muy poco a
autores que cuenten cómo escriben cuando no están escribiendo. La frase suena
un tanto estrellada, pero es cierta.
Lo decía Mark Twain con una sencilla
frase: “la palabra precisa tal vez sea efectiva, pero ninguna palabra jamás ha
sido efectiva como un silencio preciso”. Agregaría que dentro de dicho silencio,
se tejen las ideas más profundas. Thomas Carlyle el ensayista escosés, manifestó
algo similar: “El silencio es el elemento en el que se forman las cosas
grandes”.
Ya es una parte, pero vamos a ir más allá
del silencio.
“Un montón de escritura sucede cuando no
estás escribiendo” dice M. Furey. ¿Correcto,
o no?, son procesos que escapan a los procesos y pueden darse de la manera más
extraña o sencilla, como cuando desayunamos un encebollado con los amigos, o en
el cine, o al aspirar el aroma del manglar, e incluso al presenciar un evento
deportivo. Murakami reconoció que en la primavera de 1978, mientras veía un
partido de béisbol cerca de su casa, tuvo varias ideas y decidió escribir una novela. Así de sencillo. En
pocos meses terminó “Hear the Wing Sing”. Oscar Hahn, poeta chileno,
galardonado con el premio Nacional de literatura 2012, y profesor de Literatura
Hispanoamericana en la Universidad de Iowa, denomina a esos momentos los
“pre-fantasmas”, “seres que habitan un mundo que no está a nuestro alcance, y a
través de la observación, deciden si vale la pena nacer”, en el texto,
obviamente.
Esto no evoca directamente a lo que
llamamos inspiración, no confundamos la escritura inconsciente con la lucidez
repentina que nos lleva al punto de partida de los grandes proyectos, o a la
solución de un problema. No. El escribir sin estar necesariamente pegado a la
silla es eso, receptar constantemente información acerca de nuestras historias.
Día y noche, como si estuviéramos ante el ordenador.
Y de repente, mientras estamos corriendo, o caminando con nuestro perro
en el parque, pum, desciframos que tal o cual personaje no debería salirse con
la suya, y no porque se trate del
villano. De igual forma tendremos la certeza que en nuestras páginas se dará un
romance no programado, o descubrimos que en el cuento del asalto al banco los
secuaces olvidaron desconectar las cámaras de seguridad.
Me gustaría que los escritores hablaran
más de este tema. Lo saben. Están acostumbrados a ello. Y lo esconden. Ya
estamos saturados de decálogos. Nos toca entender los otros momentos, donde
existe el reto de recordarlo todo al momento de sentarse nuevamente en el
escritorio (un profesional logra retener el 80%). Se sugiere entonces, para los
principiantes, llevar consigo una libretita de anotaciones, y un lápiz de punta
fina, no vaya a ser que la tinta del esfero se haya terminado.
(artículo aparecido en revista Sur Idea CCLoja, N0. 31)
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