Escribo y creo senderos de vida o ficción para que alguien los transite. Lobo por ser solitario, y a la vez necesitar del grupo.
sábado, 7 de diciembre de 2013
domingo, 25 de agosto de 2013
sábado, 17 de agosto de 2013
GARABATO (Cuento N0 10 de Errantes y embusteros)
10.- GARABATO
A mi hijo
mayor.
Domínguez encajó con prudencia la nariz
falsa, cuidando que el fino elástico que la sujetaba desde la nuca, al girar
sobre sí, no remordiera sus mejillas. En el espejo, un hombre aturdido y
diferente lo contempló. A más de la nariz redonda, roja, y la llamativa peluca,
una grosera sonrisa blanca dibujada sobre sus labios deshacía todo rasgo
familiar.
Retrocedió para verse de cuerpo entero,
dentro del chaleco de esferas multicolores, pantalón bombacho, y esos zapatones
adquiridos para la ocasión en una tienda de monerías, y se admiró de hasta
dónde, en los territorios de la ridiculez, podía adentrarse un hombre para
defender el sustento. Ahogó una maldición. Razones de peso impedían dar rienda
suelta a sus impulsos y presentar la renuncia: haberse rajado para formar parte
de la mejor compañía de seguros internacionales, auto del año, aprendizajes
continuos en técnicas de negociación, costos de salud y cuenta del celular
cubiertos, y soberbias comisiones cuando las cosas iban bien. Lo que implicaba
a su vez, esposa orgullosa, amantísima, un par de domésticas, vivienda en zona
aristocrática y tranquilidad en la educación de los niños.
Las reglas del concurso eran claras. Por
comunicado general, cada lunes, un empleado
se disfrazaría de
saltimbanqui con el objeto de
ofrecer cierto producto – anónimo
hasta último momento –, entre el público de dos autobuses. El
responsable, ese nuevo gerente graduado en Louisiana, quien por su tesis
doctoral, versada en la magnitud y alcance de las ventas circunstanciales,
había convencido a los altos ejecutivos sobre los avanzados métodos de
resolución. Sostenía que el personal de ventas, los pilares de la empresa,
señores accionistas, debía explotar al máximo sus recursos ante situaciones
diversas e inesperadas inesperadas.
Domínguez tomó impulso y salió de
vestidores. Abierta la puerta su carácter debía permanecer inalterable. En el
corredor, sus compañeros, lo aguardaban con la impaciencia de una bandada de
gallinazos. Quienes ya habían pasado la prueba se convulsionaron
desesperadamente, señalando la peluca o los zapatos, en cambio, los que aún
debían cumplir el compromiso, esbozaban risitas reprimidas, como si no tuvieran
las agallas de declarar su desacuerdo y apartarse de los burlones.
– Es curioso…– señaló
Domínguez, molesto – que esta falta
de solidaridad no se vea en los animales.
Sabía por qué lo decía.
Semanas atrás, cuando se implantó el
singular evento y las recompensas para quienes ocuparan los primeros lugares,
él habló a sus compañeros de la NOVA.
Había leído un artículo en el diario con ese título, el cual hacía referencia a
las mujeres maltratadas en los hogares, sin embargo una hebra del mismo parecía
estar dirigido a ellos. NOVA: "No
Violencia Activa". Coincidentemente era lo único que podían enarbolar
ante las circunstancias: seriedad y silencio como en un funeral. Eran hombres
de trabajo, emprendedores y responsables, no bufones, en eso estaban de
acuerdo. Ningún disfrute, cero aplausos, para que siquiera con esa protesta irónica,
los dueños del mundo se dieran cuenta que habían rebasado la frontera de la
dignidad. Pero la NOVA, con todo su magnífico peso, se había ido al carajo con
el primer vendedor vestido de payaso.
Sobre su escritorio, Domínguez halló una
caja pequeña y un memorando. El papel decía lo siguiente:
Objeto: jabón
ordinario.
Peso: 80 gr.
Cantidad: diez
unidades.
Objetivo mínimo
de venta: siete unidades.
Precio: 50
centavos.
Utilidad:
sugerimos revitalizador de cutis.
Dentro de su despacho, el
iluminado gerente de mercadeo graduado
en Louisiana también se acomodó la pelotita roja sobre la nariz, porque así lo
ordenaban las bases del concurso. "El juez vestirá acorde a la
situación", artículo cuarto. Es justo, pensó, ambos disfrazados, sin
desentonar, con la enorme diferencia de que él iría con la cartilla evaluadora,
artículo cinco. Consideraría tres parámetros: predisposición, ingenio y
eficacia. Sonrió. La actividad lo rescataría de la tensión diaria. Pura chacota
chacota. Ya lo contaría emocionadísimo
por mail a sus compañeros de promoción, al gato Rojas y al cuervo Smith.
Engalanado de payaso por las calles de la vieja ciudad. Inolvidable invalorable
irrepetible experiencia. Se dirigió al salón de ventas donde recibió el aplauso
y las vivas de quienes rodeaban a Domínguez. Tras la pintura facial, el
evaluador advirtió en los ojos del subordinado una extraña mezcla de miedo y
odio.
– ¿Listo?
– ¡Siempre! – respondió Domínguez, sorprendiéndose de la seriedad y aplomo con que
respondió.
A propósito agarraron la cuarta buseta
porque las primeras pasaron medio vacías. Punto para Domínguez, anotó el juez
en el cartón, y a un costado, en signos ilegibles, la observación: acierta con
mercado para buscar en tierra fértil fértil. De paso admiró la astucia del
empleado, quien se bautizó como "Garabato" y solicitó con guiño
fotográfico unos minutos al chofer, antes de encararse con el público. Una
señora de ensortijado cabello se despabiló en su asiento, tras ella, un tipo de
gafas oscuras advirtió sobre su presencia al niño que lo acompañaba, pero la
mayoría indiferencia abismal, feroz, bostezo.
Domínguez no supo por qué ese instante recordó el aroma a vainilla y
romero de los cabellos de su mujer. Cuando te toque el turno lo harás bien, ya
sabes amor, sin miedo. Pero sus manos temblaban mientras sostenían el jabón.
Cero para Domínguez, voz floja, quebrada, y comienzo estúpido estúpido, anotó,
apoyado sobre el protector de la caja de cambios, el infalible dictaminador. El
mercader alcanzó a leer, en su jefe, esos signos no verbales, ceño fruncido,
labio superior deformado, y reaccionó.
– Piel seca, grasosa, normal, este jabón fabricado
en iuessey a base de las siete plantas milenarias de Egipto asegurará un cutis
suavísssimo como el pañuelo de los chinos. Oferta de prelanzamiento porque
después costará el doble.
– Dos – dijo la señora atenta.
Y en el papel: adecuada
motivación....aunque faltó agresividad, tablas para Domínguez.
– SSeeñooooreeess, sólo me quedan ocho, OCHO
JABONES, que de paso si te pasa también sirve para el acné y la pañalitis de los
bebés, lo inédito en cosmetología, jabón Adapte,
PH neutro que se adapta a tu piel.
Al fondo, un índice levantado sentenció la
tercera unidad.
Se bajaron
aprovechando el rojo del semáforo. Cruzaron la acera; la hora de entrada
a las oficinas había terminado pero encontraron en el autobús de regreso una
apreciable cantidad de pasajeros. Esta vez "Garabato" tuvo un inicio
prodigioso porque sacó una moneda de la oreja del tipo que iba en el primer asiento. Disfrute
general y en la cartilla, como rana aceitunada,
amazónica, un visto saltó a su favor. Interés captado. Dos señoras y un
caballero adquirieron la mercadería.
El payaso capacitador, colérico, sombrío,
concluyó dos cosas. La primera, que el resultado había sido idéntico en ambos casos,
tres jabones, independiente de la mala o buena actitud del vendedor, y la
segunda, la más valiosa, que con el sesenta por ciento de eficacia, a
Domínguez, igual que a dos de sus compañeros, no le bastaba para permanecer en
la empresa hasta fin de año. Con mediocres no se va a ningún lado, así de fácil
fácil.
Antes de marcharse, y como si intuyera la
maldad que se estaba gestando, "Garabato" improvisó un acto de
emergencia.
– Aprovechen que me voy con Dino Boy. Damas sin arrugas, hermosas, y por qué no, caballeros con
aspecto de ángel, decídanse a ser atractivos, se lo merecen, no hay cosa mejor
para la mujer que la piel que ella acaricie sea delicada.
Y un encorbatado, desde el centro del
vehículo, solicitó el Adapte.
El Evaluador no pudo evitar una mueca de
disgusto. Raspando y en tiempo extra, de la fosa al cielo. Dominleche, pensó.
Pero él no tuvo tanta suerte ni coordinación. Por andar anotando cada suceso,
cuando descendió la escalinata, antes de que el bus se detuviera, posiblemente,
y gracias a que existe algo que se llama justicia, al menos así iniciaría
Domínguez su relato, la punta de su zapatón derecho tropezó con el talón del
izquierdo, se distrajo o algo así, lo que hizo que su cuerpo se inclinara hacia
el peligroso vacío. "Garabato" alcanzó a ver la mano del gerente que
atrapaba el aire y no la barandilla de seguridad, y tuvo un segundo completo,
acaso dos, para salvarlo. Sin sorprenderse, prefirió permanecer impasible y
moverse a propósito en cámara lenta para ser testigo gozoso de aquel
desesperado, inútil esfuerzo por lograr el equilibrio. Parecía un acróbata en
apuros.
Cayó.
Después lo vio pasar rápidamente a través
de las ventanillas, rodando por el piso con toda su estela de colores, como si
se tratase de un cometa agonizante. El conductor disparó los frenos, se levantó
de su asiento y dio un suspiro de alivio al comprobar que las llantas no le
habían pasado por encima.
“Garabato” saltó sonoramente al pavimento.
Plash. Diez metros a su derecha, el Evaluador, cerca del cotidiano rostro, pues
en el violento remolino había extraviado la peluca y la nariz falsa, trataba de incorporarse. Un chorrito de
sangre le bajaba como otra decoración desde el borde de la ceja. Domínguez se llenó de hipocresía, recogió los
papeles desperdigados y se acercó al jefe, moviendo los codos mientras corría.
Estoy bien, escuchó, y levantó su mano para tranquilizar a la gente que se
apretujaba en las ventanillas del bus.
– Que buen susto.
– Lo sé – replicó el otro, presionando con un pañuelo el sitio de la herida –. Maldición si tengo suerte.
Domínguez debió hacer un esfuerzo para que
sus labios, los verdaderos, no los pintados, se mantuvieran en su sitio. Arrugó
la frente como si el sol tempranero lo fastidiara demasiado. Y todo por impedir
que esa justa tremenda sonada carcajada destruyera el silencio. El Evaluador la
presentía, aunque no mirara el rostro de Domínguez. Es más, intuía su angustia,
la de tener que esperar el resto de la tarde y la noche entera para encontrarse
con sus compañeros a la mañana siguiente y contarles lo sucedido sin descuidar
detalles. Y él, desde su escritorio, en su despacho, escucharía las armónicas
oleadas de risa, una por cada ocurrencia (por el dedo de Domínguez girando en
el aire para figurar la caída o por la mímica con que representaría el gesto de
dolor y el pañuelo empapado de sangre), como si respetaran determinadas señales
y Domínguez, convertido nuevamente en "Garabato" burlón, fuera el director de aquella desventurada y
espantosa orquesta de hienas hienas.
domingo, 21 de julio de 2013
Números satisfactorios
Casita, cómo me asombras...al quinto corte de Editorial Norma se registran 4623 ejemplares vendidos. Rumbo a los 5000. Wuao. Felicitaciones. |
Departiendo experiencias de casita con niños lectores del colegio Liceo Los andes |
Y en el caso de Soldado 3113, al segundo corte, avanza como esos caballos de fina sangre que arremeten en la línea final (qué vendrá después), lleva 2757 ejemplares vendidos. |
Y mi querida Maratón, que narra en tre sus páginas las hazañas de Abebe bIKILA, se prepara para ver lo que hace en su tercera edición, sobrepasó los 1600 ejemplares. De a poco avanzamos. |
Tercera edicicón de Maratón, de próxima aparición |
domingo, 7 de julio de 2013
El día en que las cosas se perdieron (cuento)
EL
DÍA EN QUE LAS COSAS SE PERDIERON
No lo vamos a olvidar nunca.
Me parece que fue febrero y en día doce,
era sábado y no llovía, aunque no lo doy
por hecho ya que desde la mañana las cosas empezaron a desaparecer, acaso como
si un agujero negro hubiera estado ejerciendo silenciosa y efectivamente su
atracción gravitacional sobre nosotros.
Los anormales sucesos comenzaron cuando
Margarita preguntó a los de la casa si alguien había visto su teléfono celular.
Mi hijo mayor, adolescente tirado a genio, argumentó que sería fácil
encontrarlo pues sólo había que discar, desde el convencional, el número, y el
tono de aserejé ja de jé de jebe tu de jebere de aquel artefacto siniestro del nuevo
milenio sonaría inexorablemente delatando el lugar donde se hallaba. Estaba en
eso, sin resultado alguno, cuando mi madre timbró a la casa para informar que
el doctor había diagnosticado bronconeumonía a la tía Berenice y que debíamos
proceder de inmediato y llevarla a un hospital. En tales casos yo no ando con
medias tintas, así que decidí salir como estaba vestido: bermudas de colores,
camisa de dormir, y sandalias guácharas. Más oh sorpresa, vino la segunda
complicación: no hallaba mi licencia de conducir. Aquello representaba un
riesgo en la ciudad convulsionada porque de encontrarse uno con alguna requisa
se podía acabar en prisión por estar sin documentos.
Recordaba que la noche anterior la había
guardado en el bolsillo de mi camisa de flores turbias, esas que están tan de
moda desde que la llevara ni sé qué actor en no sé cuál película, y que es
obsequiada, regularmente por la esposa de uno con la intención manifiesta de
alucinarse un poco y aguardar prodigios, pero nada. Me refiero a la licencia.
Ya para entonces, el misterio entrañable de las desapariciones sin causa había
invadido las cosas, como la niebla.
Mi hijo menor, una vez descargada su
mochila, constató la ausencia del diario de tareas del colegio. Su madre, que
encontraba casi todas las respuestas, o por lo menos las inventaba, sugirió que
llamara a uno de sus compañeritos, sin embargo, como era de prever, nadie
encontró el directorio telefónico. En medio de la bronca que se armó por
descifrar quién había sido el último en hacer uso de aquella pieza de rastreo y
organización cavernaria decidí salir donde mi madre, quien vivía con la buena
tía Berenice, malhumorado, intranquilo, y sin el vital documento en mano.
Paradas en la puerta y con visibles signos
de agitación me esperaban mi madre y mi hermana
– quien pese a vivir lejos se había presentado antes que yo, en su Ford
clásico– y la tía Berenice en su silla
de ruedas, la pobre, debió haber estado tan enfermita que, al verme, ni
siquiera tuvo las fuerzas suficientes para levantar su mano y acariciarme la
frente, saludo habitual entre ella y yo, sino que me regaló una sonrisa
moribunda, triste. Para no extendernos en diligencias inútiles la trepamos a mi
auto como pudimos, procurando no estrujarla demasiado, y coloqué su silla de
ruedas en el baúl.
Afuera del hospital nos fue mejor porque
un par de enfermeros, expertos en eso de maniobrar seres sin vitalidad,
salieron a ayudarnos y en tres minutos la tía estaba bien aparcadita a un
costado nuestro, diría que hasta con un gesto de complacencia, en la ventana de
admisión. Allí mi hermana se percató que no portaba su tarjeta de crédito. A más
de eso increpó a la cartera por tener muchos orificios en el resguardo interno,
ya que, para colmo, las llaves de su auto, aquél que había dejado aparcado en
casa de mi madre, se habían extraviado en dicho espacio indómito. La volteó y
salieron conjuros, caracoles, papeles de notas, monedas inservibles, fotos, una
servilleta arrugada y con restos de lápiz labial, otros papeles de notas, pero
nada con sus llaves. A mi madre sólo se le ocurrió llamarme la atención por
haber ido en zapatillas y en bermudas. Y la amable señorita de la ventanilla,
percatándose posiblemente del caos reinante, sugirió que podíamos girar un
cheque. Le agradecimos porque a fin de cuentas, pese a los conflictos (las llaves
y la tarjeta de crédito navegaban sin esperanza en el denominado “horizonte de
sucesos”, postrero límite de donde no había regreso o escape de aquel agujero
negro) la prioridad era la recuperación de la tía. Mi hermana, toda tinosa,
sacó su chequera. Yo me sonreí de gusto y pensé que un día no podía ser tan
malo, para corroborarlo un bolígrafo apareció del bolso de mi madre como por
arte de magia.
Se giró una cantidad que abastecía para
los dos primeros días en una pieza económica, donde se incluía la onerosa lista de medicamentos. No
obstante, ninguno de los tres esperaba vivir lo que siguió ese día, por eso no
lo olvidamos, porque cuando la señorita amable preguntó quién era la paciente y
yo señalé a mi costado, descubrí que aquél espacio, digamos un área de cuatro
baldosas, estaba vacío. Es decir, la tía Berenice había desaparecido, así de
sencillo, como desaparece un auto en una esquina, una maleta en el aeropuerto o
un buque en el triángulo de las Bermudas. Mi madre detonó y se puso a dar alaridos
de esquizofrénica. Mi hermana y yo, guardando la moderación, preguntamos a las
enfermeras para descubrir si alguna de ellas se había llevado a la viejita, por
equivocación. Pero como nadie ofrecía aceptables indicios de su rastro (lo que
sucede normalmente cuando uno pregunta por algo o por alguien extraviado), a no
ser la buena voluntad de ayudarnos, no nos quedó más que agarrarnos de la mano,
y buscarla por ese hospital inmenso, uno tras de otro, en las habitaciones y
salas, en emergencia y cirugía, pasadizo por pasadizo, bien juntitos, porque lo
peor que podía ocurrir en ese momento era que alguno de nosotros también se
perdiera.
sábado, 15 de junio de 2013
Entrevista con Juana Neira, programa sueños de papel, Radio Visiòn
http://www.ivoox.com/hans-behr-escritor-ecuatoriano-13-junio-2013-audios-mp3_rf_2134009_1.html
Para quienes deseen escuchar la entrevista que me concediera Juana Neira, escritora, de radio Visiòn.
Hablamos de ciertos pormenores de mis obras, de Soldado 3113, el por qué de su nombre, algo de lectura, también de Errantes y embusteros, de algunos de sus cuentos, en fin, una experiencia agradable y enriquecedora.
Para quienes deseen escuchar la entrevista que me concediera Juana Neira, escritora, de radio Visiòn.
Hablamos de ciertos pormenores de mis obras, de Soldado 3113, el por qué de su nombre, algo de lectura, también de Errantes y embusteros, de algunos de sus cuentos, en fin, una experiencia agradable y enriquecedora.
domingo, 9 de junio de 2013
Todos ellos, los publicados
Todos ellos han sido una conmoción. Cada uno de ellos ha tenido su espacio. Las llamadas recibidas (cuando se trataba de un concurso, en el caso de Circo, Los senderos de Emaús, Maratón, Errantes y embusteros, y el reciente todavía no publicado Las luces de la felicidad, o cuando se trataba de la aceptación por parte de una editorial: Casita Casona Casuna y Soldado 3113), sólo indicaron una realidad: valió la pena el esfuerzo. Aunque me siento agradecido con la vida y con Dios de que las cosas se hayan dado de esa manera, siguiendo día a día con mis sueños, en el tiempo en que no ganaba nada, para cosechar después, quizás con un poco de madurez, como dice mi esposa. ¨Yo creo que escribes mejor porque estás más maduro¨. Quién sabe, de pronto. Aunque el camino para escribir mejor lo anunció Hemingway: el mejor trabajo se forja en la soledad.
domingo, 2 de junio de 2013
Acerca de LAS LUCES DE LA FELICIDAD
http://www.elcomercio.ec/cultura/Behr-Martinez-gano-Concurso-Nacional-Literatura-Ecuador_0_914908720.html
LAS LUCES DE LA FELICIDAD se fue abriendo espacio por sí misma. Misterios que un escritor no podría resolver. Es como si, en algunos momentos, se hubiera escrito sola. Un ejemplo fueron algunos de sus personajes. Ahora, desde este tramo del tiempo, contemplo recortes viejos... hay uno del compositor Tom Jobim (La chica de Ipanema, Hello Pineiro en sus 16 años), que data de 1989. Lo recorté, porque desde momento en que vi su foto en blanco y negro supe que él será el prototipo de un detective. Entonces no sabía qué detective iba a ser. Pero ya estaba predestinado. Por otro lado, un buen día, mi hija me hizo un comentario del blog de una amiga suya... el blog de Evelyn Taylor, fue digamos un chispazo que resonó en mi cabeza, allí supe/entendí/comprendí/eurekas que ese nombre sería el de la novia de mi detective. Y que sería una negra hermosa. Lo anoté. El resto de sucesos se fueron complementando a través de los años, la novela fue absorbiendo todo, como si fuese un agujero negro, la vida de S Hawking, sus teorías, los motivos que mueven a un asesino en serie, a realizar lo que hace, los personajes de algunas películas, en fin. Yo sólo aporté con el inicio: un cuento donde un par de mirones se extasiaban, a través de una ventana, con la desnudez de una cantante de cabaret, la cual baila frente a un espejo con diferentes luces, dependiendo de su estado de ánimo (de allí el título de la obra)... fue el verdadero principio, quizás 10 o 15 años atrás, luego vino la idea de alargarlo, de hacerlo novela, y el resto fue como lo relato... toda una hilera de coincidencias, hasta que un buen día estuvo lista.
Y se llevó el premio CCG 2013, de lo cual me siento honrado. Y deseo que pronto vea la luz... dicen que en Agosto 2013.
Esperemos.
el diploma |
Con Silvia Poveda, ganadora del concurso CCG en el 2012 |
La necesaria familia |
LAS LUCES DE LA FELICIDAD se fue abriendo espacio por sí misma. Misterios que un escritor no podría resolver. Es como si, en algunos momentos, se hubiera escrito sola. Un ejemplo fueron algunos de sus personajes. Ahora, desde este tramo del tiempo, contemplo recortes viejos... hay uno del compositor Tom Jobim (La chica de Ipanema, Hello Pineiro en sus 16 años), que data de 1989. Lo recorté, porque desde momento en que vi su foto en blanco y negro supe que él será el prototipo de un detective. Entonces no sabía qué detective iba a ser. Pero ya estaba predestinado. Por otro lado, un buen día, mi hija me hizo un comentario del blog de una amiga suya... el blog de Evelyn Taylor, fue digamos un chispazo que resonó en mi cabeza, allí supe/entendí/comprendí/eurekas que ese nombre sería el de la novia de mi detective. Y que sería una negra hermosa. Lo anoté. El resto de sucesos se fueron complementando a través de los años, la novela fue absorbiendo todo, como si fuese un agujero negro, la vida de S Hawking, sus teorías, los motivos que mueven a un asesino en serie, a realizar lo que hace, los personajes de algunas películas, en fin. Yo sólo aporté con el inicio: un cuento donde un par de mirones se extasiaban, a través de una ventana, con la desnudez de una cantante de cabaret, la cual baila frente a un espejo con diferentes luces, dependiendo de su estado de ánimo (de allí el título de la obra)... fue el verdadero principio, quizás 10 o 15 años atrás, luego vino la idea de alargarlo, de hacerlo novela, y el resto fue como lo relato... toda una hilera de coincidencias, hasta que un buen día estuvo lista.
Y se llevó el premio CCG 2013, de lo cual me siento honrado. Y deseo que pronto vea la luz... dicen que en Agosto 2013.
Esperemos.
miércoles, 22 de mayo de 2013
Por qué soldado 3113
Por qué Soldado 3113??
Por que fue la primera vez que he escrito un libro escuchando lo que piden los demás.
El resultado salió de una encuesta en varios colegios.
La única norma era: nada de vampiros y hombre lobos.
Y me sroprendió una de las repuestas.
A los jóvenes les fascina el tema de la segunda guerra Mundial.
El resto fue investigación. Me enteré que cerca de Caen, hay un cementerio con más de 20000 tumbas, de soldados aliados y alemanes. Muchos de ellos (se puede apreciar las lápidas) no pasaron los 18 años.
Terribe.
Debieron haber estado jugando pelota o paseando con sus novias.
De allí la idea de que mi personaje debía ser muy joven, y debía ser "atrapado" por las circunstancias, de una guerra que no era la suya.
El enfoque de la novela es a traves de los ojos de este soldado alemán.
Por añadidura, entrenador de pastores alemanes, raza que fue creada antes de la primera guerra Mundial, para servir al hombre con su fidelidad y trabajo. allí aparece otro personaje; Van hansen, su perro.
Muchas de las características de ese personaje se las debo a mi perro, Joe, quien ya va entrando a la vejez, pero me ha enseñado, a lo largo de los años, la importancia de tener un amigo.
A más de ser, sobre todo, un perro con carácter propio.Y de mucha inteligencia. Dicen los expertos que esta raza puede alcanzar la inteligencia de un niño de 7 as 10 años.
Ambos, soldado 3113 y Van hansen, empiezan su aventura en la batalla de Normandia. Su meta: sobrevivir.
Editorial Norma ya realizó su segunda edición.
domingo, 12 de mayo de 2013
Imágenes de Casita Casona Casuna, una historia familiar
2) El beso con sabor a naranja que le da el papá (había un sabor para cada ocasión: guineo, durazno, rompope, etc) |
3) Alejandra, al estilo Indiana Jones, con sus hermanos: Andrés, Pablo y Paula, y el perro Excalibur, cuando se disponían a cazar a Kina, la temible cucaracha de agua. |
4) Alejandra, cuando, con galletas de coco, entabla amistad con Holan el bárbaro (existió de a de veras), un pastor alemán que llegó a vivir 17 años. |
la casita |
6) El debate familiar cuando llegó a casa excalibur, el pequinés iracundo. |
7) Luciana, la jardinera, quien a voz de Paula, es una "viejita que está muerta, pero no sabe que murió" |
8) Y Vianka, la yegua que siempre perdía en sus carreras... hasta que un día...
domingo, 5 de mayo de 2013
"Las luces de la felicidad", novela, gana el concurso CCG
http://www.eluniverso.com/vida-estilo/2013/05/04/nota/899651/hans-behr-gana-premio-novela-ccg
Se ha cumplido una meta más. Otro "verano italiano". He tenido la suerte de ganar un premio enY bueno, aquí adjunto un breve resumen del argumento:
Se ha cumplido una meta más. Otro "verano italiano". He tenido la suerte de ganar un premio en
Y que tal si colocamos a Tom Jobim (creador de "La chica de Ipanema") como detective. Y le ponemos como compañero a Costello (de abbott y Costello), quien tiene como mascota un mono araña (la parte cómica de la historia), y de paso que nuestro sistema haya sido ya atrapado por un agujero negro, asunto que sólo Tom Jobim lo sabe (lo supo un día en que se fue de pesca y un pelícano le pidió sardinas). Y que tal que por ello, por el agujero, se comunique con Stephen Hawking, quien a su vez siempre quiso ser detective y no astrónomo. Juntos, Tom Jobim y Stephen Hawking dan cacería a un probable asesino en serie.
Es más o menos la trama de "Las luces de la felciidad", ganadora del premio de Novela de la CCG, ah y claro, debe haber una mujer hermosa en la trama, una mujer tipo Marilyn, infaltable. otra mujer hermosa, una morena, novia de Tom Jobim.
personajes de "Las luces de la felicidad", novela de próxima publicación.
sábado, 4 de mayo de 2013
Perfecto equilibrio (Cuento N0. 13 de Errantes y embusteros)
13.- PERFECTO EQUILIBRIO
Sumergido
en la
“penumbra vaga de la pequeña
alcoba”, como anotó la inspirada Rosario Sansores, con todas esas formas
que van como desvaneciéndose hasta perder familiaridad –la campanilla del
velador, el golfista de cerámica china y los retratos de la pared se han
convertido en pinceladas abstractas– el
hombre canturrea el pasillo y se deja seducir por el confort, por el generoso
recibimiento que a su cuerpo dispensa la sábana fresca, aromatizada, por su
almohada antialérgica, plumas de flamenco. Lo que siente se asemeja de un
confuso modo a ser estropeado placenteramente por los chorros y remolinos de
agua del único jacuzzy que frecuenta los fines de semana en el club.
Casi satisfecho prefiere voltearse y
posar su mano izquierda sobre el hombro derecho de la mujer que yace a su lado,
asirlo porque se está más cómodo allí, como agarrándose de algo, porque en sus
sueños los abismos son profanos, imperecederos, amargos, aparte que con su
antebrazo percibe la discreta elevación del seno, su blanda exquisitez, con
suerte el pezón, como para reconstruir por unos segundos otras ocasiones que no
concuerdan precisamente con la quietud y el reponer de fuerzas.
“Te buscarán mis brazos, te besará mi
boca, y aspiraré en el aire, aquel olor a rosas”. Los senos, teoriza, fueron
hechos para que el hombre descansara en ellos y descubriera lo débil que es.
Cuando está por dormir le da por combinar/inventarse frases, imágenes.
Volverse
un poco chiflado.
Concibe que su cabeza es roca ceremonial,
el dintel madre que mira hacia la salida del
sol en las ruinas de Stonehenge, y que reposa con exactitud sobre dos
puntos: la quijada y el hombro izquierdo
de la mujer. Más
arriba el travieso índice de su mano derecha husmea debajo de las cejas del
otro cuerpo, en las mismas órbitas oculares, tratando de encontrar ese misterioso
canalete que al ser presionado produce una simultánea descarga de dolor y
alivio. Lo ha hecho consigo mismo cuando las tensiones cotidianas le han
reventado la cabeza y aunque haya revisado volúmenes de anatomía no ha podido
dar con el nombre de aquel lugarcito, conductor de nervios o algo por el
estilo. Deduce sin embargo que aunque en él funcione, no es seguro que idéntico
efecto tenga en los demás. Abajo, por así decirlo, la planta desnuda de su pie
izquierdo roza y acaricia en un movimiento lineal, de ida y vuelta, los
delicados tobillos de su querida. Aquello no le cuesta ni le impide dormir, más
bien le agrada, lo arrulla, y presiente que también agrada y arrulla.
Su pie derecho, que está libre, sin
contacto alguno, empieza a bastonearse sobre el colchón. Se eleva y cae
pesadamente como una de esas aves que ha sido derribada por el cazador. La
costumbre le viene desde pequeño, tal vez como una lejana evocación a cuando su
madre le daba golpecitos en la
cuna. Nunca
abandonamos la semilla, vuelve a pensar. La mujer reclama con un quejido seco,
de ganso malhumorado, porque cada sacudida retumba en su cabeza como cuando
distingue, muchísimo antes de que arribe a la cuadra, al pesado camión de la
basura que activa con su estrepitoso carnaval de metales y sonidos de diversa
índole, generados en su mayor parte por el mecanismo que tritura, compacta los
desechos, todas las alarmas de los autos.
Están así unos minutos, pero en el fondo
de esa dicha con aspecto de placenta cálida palpita una angustia que no pueden
disfrazar: continúan soberanamente despiertos. Algo ocurre, la conjunción no ha
sido perfecta. Quizás el inicio debió haber sido distinto, discurre la mujer,
como en las últimas noches, con la cabeza del hombre recostada en sus tobillos,
los masculinos y groseros dientes mordisqueando con sumo cuidado la parte más
carnosa y abultada de su pantorrilla, los anchos dedos repasando una y otra vez
la desnivelada superficie de sus articulaciones, y ella sintiendo ese cariño y
el peso de aquella pierna sobre su abdomen. Con urgencia el módulo debe
intentar una variante y la mujer retira con delicadeza de carterista la mano
del hombre, la que asía su hombro derecho, y se la coloca justo en el seno, en
la punta de su elevación, que lo agarre entero, areola y pezón incluidos, así
se siente segura, no permite que sus encantos pasen inadvertidos, ni siquiera
en las mareas del entresueño sino que, al contrario, sean tomados como
fortaleza derrumbada. Sabe que los vencidos serán, a la larga, los victoriosos ya que, de un modo u otro, con torturas de
por medio, necesarios mártires, amenazas y normas estrictas, deben ser
protegidos para que los conquistadores puedan subsistir.
Decepcionado por la maniobra el hombre
espera un par de minutos y aparta la mano del seno. La mujer aprovecha, lo
empuja un poco y ahora es ella quien toma la iniciativa y se voltea sobre su
cuerpo. Ninguno de los dos sabría decir con precisión quién empezó con el
venerable hábito del empiernamiento y cómo había evolucionado hasta volverse
parte indispensable, sustancial, de sus vidas, al punto que el insomnio los
mortifica si alguno debe ausentarse. Aunque muchas cosas han quedado atrás:
flores, chocolates italianos, estrenos en el cine, cenas románticas a media
luz, si de algo les sirve el amor es para traer paz cuando el furor se aplaca. Ahora conversan lo mínimo,
por las tardes recorren juntos, en las arboledas, los círculos dispuestos para
caminantes, dizque con la excusa de mantenerse en el peso correcto y ejercitar
el corazón, admiran el verdor, observan otras parejas como si observaran aves o
ardillas, pelean menos o a veces más, en especial cuando saltan del pasado
viejos flirteos y sospechas. Sin embargo no pueden dormir el uno sin el otro.
La mujer deja caer su mano en el pecho del
hombre, a la altura del corazón; a ella le interesa “escuchar” con su tacto
cada uno de los latidos, en ellos descifra o cree descifrar pensamientos,
muñecas atractivas (como la secretaria esa de buenas piernas, cadenita de oro
en el tobillo, y gestos libidinosos que laboró el año anterior en su oficina),
en particular cuando los tambores
retumban demasiado, entonces, con odio, imagina que dentro de la cabeza del
hombre se ha encendido la fiesta: danzan curvilíneas formas, ombligos y otras cosas
expuestas, cabellos sueltos, sonrisas seductoras, música electrónica de fondo.
Su mano se encrespa, araña venenosa (y peluda, tarántula infame), toma posición
de ataque y son sus uñas, no sus yemas, las que se sitúan sobre la piel, la
degustan, dispensa un pequeño hincón. Recapacita que no debe ahondar más, de lo
contrario llegaría a esas imágenes en blanco y negro, de la otra zángana
despernancada que mostraba sus partes íntimas, aquellas que le encontró en el
computador. Artísticas, fue la tibia respuesta. Para eso me tienes a mí, le
dijo ella con furia y clausuró su abanico de caricias por tiempo indefinido.
También permitió, sí, permitió dejar
avanzar en sus galanteos a uno de sus clientes del banco, niña hermosa usted
desde la ventanilla saca de la rutina a cualquiera, accedió, en un encuentro
furtivo, a las primeras caricias y besos maniáticos y palabras calientes en el
oído que le arrancaron gemidos pero no
la hicieron claudicar. Se repite que si esos espantajos siguen deslizándose
debajo de la almohada no podrá dormir. La hiel es uno de los peores enemigos
del sueño, concluye. Su muslo derecho, en tanto, acaricia la cubierta masculina
y la delicada sábana que nunca debe estar entre piel y piel sino sobre ambas.
Ahora el hombre se siente incómodo porque
una mano sobre el corazón es como un taco que no deja respirar al delfín que
habita adentro. La retira, la coloca en medio de los dos cuerpos, y casi con el
mismo movimiento agarra el muslo de la compañera y ejecuta una especie de llave
de lucha libre, un torniquete, porque la pierna derecha de ella ha quedado
atrapada entre su mano y rodilla izquierdas. Con su mano diestra acaricia la
pierna enganchada, lentamente, con fervor, como esas niñas, hijas de marineros,
que lavan pescados en la ribera,
continua en la pantorrilla y procede luego con un suave masaje en la planta de
los pies. A veces ella le ha preguntado que dónde aprendió eso. Y él responde que ha sido
autodidacta como con el canalete de la órbita del ojo. Escucha ronquidos de
complacencia, los más cercanos al ronroneo de una gata. Es el instante de
aflojar el torniquete, liberarla.
Se voltea hacia su izquierda, deja atrás
los roces y desacuerdos silenciosos. La mujer, que también ha esperado su
independencia, gira hacia la
derecha. Ahora están solos, el uno y el otro. Ovejeros
correteando en la pradera, reuniendo animales dispersos, mariposas sobrevolando
un jardín de pensamientos chinos, fragatas y su inmensa V en el cielo. La mujer
se acomoda como mejor le parece, brazo bajo la almohada, postura casi fetal por
eso de los dolores en la espalda y antes de querer dormirse asegura que mañana
cerrará esa pequeña abertura entre dos persianas que permite el ingreso de una
casi insignificante pero molestosa línea de luz que le golpea directamente en
los ojos, con la exactitud del gancho con que Mohamed Alí noqueó a Foreman.
Nunca ha olvidado ese combate, así deteste el box, ocurrido en la década de los
setenta, y la figura de su padre pegado al televisor. Cuando está sola consigo
misma le aparecen un par de alas delgadísimas, gusta crear libretos y pensar
cómo hubiera sido su vida si se casaba con otro de sus pretendientes. ¿La
consentirían más?, alhajas, vestidos, pasajes a Disney y New York y una caja de bombones en cualquier día
y sin previo aviso como cuenta una de sus amigas en las reuniones de los
jueves. O la abofetearían por el menor detalle o equivocación, como se queja
otra, a más de haberle encontrado una prenda íntima debajo del asiento del
auto. Aprieta los labios con un signo de amargura.
El hombre, en cambio, tiene la apariencia
de un perro feliz que dormita boca arriba, despaturrado en el suelo de una
granja, las piernas entrecruzadas. Como la posición acarrea demasiado peso
hacia su derecha ha introducido su índice entre el colchón y el remarco de la
cama para alcanzar el perfecto equilibrio, quedarse como un trompo en balance
absoluto.
Vuelve a Stonehenge: la sabiduría de las
grandes piedras encierra un sencillo y claro mensaje que dejaron los antepasados y ha
escapado a los científicos que se complican con teorías espinosas. Saber
descansar, con todo el peso, nada más, así de fácil, ni santuario astronómico,
pista para naves espaciales o centro energético creado por Merlín el mago. Cada
gran mole reposa sobre otras dos. Así han durado miles de años. Y para que la
frase miles de años adquiera intensidad busca equivalentes. Pirámides, mar, el
libro del Génesis, fuego. Sospecha que recibir el sueño es cuestión de
segundos, que llegará en cualquier momento como si en algún lugar un extraño
sentado en una butaca apagara un interruptor. Click. Un buen descanso implica
menor desgaste, un detenerse de los años. Lo vivieron los indios navajos y
otros como ellos, se dice. El secreto de la estirada juventud se halla en el
dormir intenso, trivial e imprescindible, como una semilla, abandonar el resto,
lo bueno y lo malo, el tiempo que erosiona. Piensa que hoy en día la vida se
reduce a una palabra, urgencia, despertar, sexo en cinco minutos si es que hay
cinco minutos, desayuno instantáneo, café soluble, repetir la palabra apúrate
como si estuviese recién aprendida, tostadas y leche que no deje grumos, nada
que retarde porque afuera espera el tráfico violento, el ruido, los niños
pordioseros y su hambre infame, la oficina
y la tarjeta de entrada, los cronogramas, el cumplimiento
de los procesos, el tono del celular, mensaje recibido, programa predeterminado
y las teclas que se ajustan maravillosamente para escribir las palabras
correctas, respuesta inmediata, hay que minimizar el tiempo, almorzar en media
hora, conectarse a internet, banda ancha, viajar, morir, también hay que
morirse rápido, lo que demora cuesta (sino cotizar cuidados intensivos versus
sepelios refinados). La paradoja es que nadie le gana al tiempo, sin envejecer
por ello. Es el precio. Y lo peor, piensa, es que enloquecemos cuando no
tenemos nada que hacer. La quietud es una rara especie.
En eso la mujer ha exteriorizado un leve
murmullo, de aparente felicidad, pero no, es la copla de sirena extraviada, de
auxilio, porque en su interior, pese a estar cómoda, siente que algo le falta.
Curiosamente a él le ocurre lo mismo.
“Cuando tú te hayas ido me envolverán las sombras”. Sumergido en la “penumbra vaga…”, angustiosa, con todas esas
formas que ocupan la alcoba y que van como desvaneciéndose hasta perder
familiaridad –el vaso de agua para la noche, la lamparita de mesa y el
crucifijo tallado a mano que está sobre el televisor se han convertido en
pinceladas abstractas– el hombre se deja seducir por el confort, por el
generoso recibimiento que a su cuerpo dispensa la sábana fresca, perfumada, por
su almohada antialérgica, plumas de flamenco. Lo que siente se asemeja de un
confuso modo a estar sentado en una roca de playa, los ojos entornados, degustando
bajo el sol el punto exacto en que la tibia ola llegará a sus pies. Casi
satisfecho el hombre prefiere voltearse una vez más y posar su mano izquierda
ya no sobre el hombro derecho de la mujer, sino
más abajo, para esta vez sí, asirlo porque se está más cómodo allí, como
agarrándose de algo, no con la firmeza de hace poco, aunque sus abismos sigan
siendo lo que son, aparte que con su antebrazo percibe la discreta elevación
del seno, su blanda exquisitez, con suerte el pezón. Los senos, piensa, fueron hechos para que el
hombre admirara con calma la silueta de uno de ellos mientras reposa en el
otr...
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