martes, 1 de octubre de 2013

sábado, 17 de agosto de 2013

GARABATO (Cuento N0 10 de Errantes y embusteros)



10.- GARABATO

A  mi hijo mayor.


     Domínguez encajó con prudencia la nariz falsa, cuidando que el fino elástico que la sujetaba desde la nuca, al girar sobre sí, no remordiera sus mejillas. En el espejo, un hombre aturdido y diferente lo contempló. A más de la nariz redonda, roja, y la llamativa peluca, una grosera sonrisa blanca dibujada sobre sus labios deshacía todo rasgo familiar.
     Retrocedió para verse de cuerpo entero, dentro del chaleco de esferas multicolores, pantalón bombacho, y esos zapatones adquiridos para la ocasión en una tienda de monerías, y se admiró de hasta dónde, en los territorios de la ridiculez, podía adentrarse un hombre para defender el sustento. Ahogó una maldición. Razones de peso impedían dar rienda suelta a sus impulsos y presentar la renuncia: haberse rajado para formar parte de la mejor compañía de seguros internacionales, auto del año, aprendizajes continuos en técnicas de negociación, costos de salud y cuenta del celular cubiertos, y soberbias comisiones cuando las cosas iban bien. Lo que implicaba a su vez, esposa orgullosa, amantísima, un par de domésticas, vivienda en zona aristocrática y tranquilidad en la educación de los niños.
     Las reglas del concurso eran claras. Por comunicado general, cada lunes, un empleado  se  disfrazaría  de  saltimbanqui  con  el  objeto  de  ofrecer  cierto  producto  anónimo hasta último momento  , entre el público de dos autobuses. El responsable, ese nuevo gerente graduado en Louisiana, quien por su tesis doctoral, versada en la magnitud y alcance de las ventas circunstanciales, había convencido a los altos ejecutivos sobre los avanzados métodos de resolución. Sostenía que el personal de ventas, los pilares de la empresa, señores accionistas, debía explotar al máximo sus recursos ante situaciones diversas e inesperadas inesperadas.
     Domínguez tomó impulso y salió de vestidores. Abierta la puerta su carácter debía permanecer inalterable. En el corredor, sus compañeros, lo aguardaban con la impaciencia de una bandada de gallinazos. Quienes ya habían pasado la prueba se convulsionaron desesperadamente, señalando la peluca o los zapatos, en cambio, los que aún debían cumplir el compromiso, esbozaban risitas reprimidas, como si no tuvieran las agallas de declarar su desacuerdo y apartarse de los burlones.
          – Es curioso… señaló Domínguez, molesto que esta falta de solidaridad no se vea en los animales.
     Sabía por qué lo decía.
     Semanas atrás, cuando se implantó el singular evento y las recompensas para quienes ocuparan los primeros lugares, él habló a sus compañeros de la  NOVA. Había leído un artículo en el diario con ese título, el cual hacía referencia a las mujeres maltratadas en los hogares, sin embargo una hebra del mismo parecía estar dirigido a ellos. NOVA: "No Violencia Activa". Coincidentemente era lo único que podían enarbolar ante las circunstancias: seriedad y silencio como en un funeral. Eran hombres de trabajo, emprendedores y responsables, no bufones, en eso estaban de acuerdo. Ningún disfrute, cero aplausos, para que siquiera con esa protesta irónica, los dueños del mundo se dieran cuenta que habían rebasado la frontera de la dignidad. Pero la NOVA, con todo su magnífico peso, se había ido al carajo con el primer vendedor vestido de payaso.
     Sobre su escritorio, Domínguez halló una caja pequeña y un memorando. El papel decía lo siguiente:
                              Objeto: jabón ordinario.
                              Peso: 80 gr.
                              Cantidad: diez unidades.
                              Objetivo mínimo de venta: siete unidades.
                              Precio: 50 centavos.
                              Utilidad: sugerimos revitalizador de cutis.
    

Dentro de su despacho, el iluminado gerente de  mercadeo graduado en Louisiana también se acomodó la pelotita roja sobre la nariz, porque así lo ordenaban las bases del concurso. "El juez vestirá acorde a la situación", artículo cuarto. Es justo, pensó, ambos disfrazados, sin desentonar, con la enorme diferencia de que él iría con la cartilla evaluadora, artículo cinco. Consideraría tres parámetros: predisposición, ingenio y eficacia. Sonrió. La actividad lo rescataría de la tensión diaria. Pura chacota chacota.  Ya lo contaría emocionadísimo por mail a sus compañeros de promoción, al gato Rojas y al cuervo Smith. Engalanado de payaso por las calles de la vieja ciudad. Inolvidable invalorable irrepetible experiencia. Se dirigió al salón de ventas donde recibió el aplauso y las vivas de quienes rodeaban a Domínguez. Tras la pintura facial, el evaluador advirtió en los ojos del subordinado una extraña mezcla de miedo y odio.
     ¿Listo?
     ¡Siempre! respondió Domínguez, sorprendiéndose de la seriedad y aplomo con que respondió.
     A propósito agarraron la cuarta buseta porque las primeras pasaron medio vacías. Punto para Domínguez, anotó el juez en el cartón, y a un costado, en signos ilegibles, la observación: acierta con mercado para buscar en tierra fértil fértil. De paso admiró la astucia del empleado, quien se bautizó como "Garabato" y solicitó con guiño fotográfico unos minutos al chofer, antes de encararse con el público. Una señora de ensortijado cabello se despabiló en su asiento, tras ella, un tipo de gafas oscuras advirtió sobre su presencia al niño que lo acompañaba, pero la mayoría indiferencia abismal, feroz, bostezo.  Domínguez no supo por qué ese instante recordó el aroma a vainilla y romero de los cabellos de su mujer. Cuando te toque el turno lo harás bien, ya sabes amor, sin miedo. Pero sus manos temblaban mientras sostenían el jabón. Cero para Domínguez, voz floja, quebrada, y comienzo estúpido estúpido, anotó, apoyado sobre el protector de la caja de cambios, el infalible dictaminador. El mercader alcanzó a leer, en su jefe, esos signos no verbales, ceño fruncido, labio superior deformado, y reaccionó.
     Piel seca, grasosa, normal, este jabón fabricado en iuessey a base de las siete plantas milenarias de Egipto asegurará un cutis suavísssimo como el pañuelo de los chinos. Oferta de prelanzamiento porque después costará el doble.
     Dos dijo la señora atenta.
     Y en el papel: adecuada motivación....aunque faltó agresividad, tablas para Domínguez.
       SSeeñooooreeess, sólo me quedan ocho, OCHO JABONES, que de paso si te pasa también sirve para el acné y la pañalitis de los bebés, lo inédito en cosmetología, jabón Adapte, PH neutro que se adapta a tu piel.
     Al fondo, un índice levantado sentenció la tercera unidad.
     Se bajaron  aprovechando el rojo del semáforo. Cruzaron la acera; la hora de entrada a las oficinas había terminado pero encontraron en el autobús de regreso una apreciable cantidad de pasajeros. Esta vez "Garabato" tuvo un inicio prodigioso porque sacó una moneda de la oreja del  tipo que iba en el primer asiento. Disfrute general  y en la cartilla, como rana aceitunada, amazónica, un visto saltó a su favor. Interés captado. Dos señoras y un caballero adquirieron la mercadería.
     El payaso capacitador, colérico, sombrío, concluyó dos cosas. La primera, que el resultado había sido idéntico en ambos casos, tres jabones, independiente de la mala o buena actitud del vendedor, y la segunda, la más valiosa, que con el sesenta por ciento de eficacia, a Domínguez, igual que a dos de sus compañeros, no le bastaba para permanecer en la empresa hasta fin de año. Con mediocres no se va a ningún lado, así de fácil fácil.
     Antes de marcharse, y como si intuyera la maldad que se estaba gestando, "Garabato" improvisó un acto de emergencia.
     Aprovechen que me voy con Dino Boy. Damas sin arrugas, hermosas, y por qué no, caballeros con aspecto de ángel, decídanse a ser atractivos, se lo merecen, no hay cosa mejor para la mujer que la piel que ella acaricie sea delicada.
     Y un encorbatado, desde el centro del vehículo, solicitó el Adapte.
     El Evaluador no pudo evitar una mueca de disgusto. Raspando y en tiempo extra, de la fosa al cielo. Dominleche, pensó. Pero él no tuvo tanta suerte ni coordinación. Por andar anotando cada suceso, cuando descendió la escalinata, antes de que el bus se detuviera, posiblemente, y gracias a que existe algo que se llama justicia, al menos así iniciaría Domínguez su relato, la punta de su zapatón derecho tropezó con el talón del izquierdo, se distrajo o algo así, lo que hizo que su cuerpo se inclinara hacia el peligroso vacío. "Garabato" alcanzó a ver la mano del gerente que atrapaba el aire y no la barandilla de seguridad, y tuvo un segundo completo, acaso dos, para salvarlo. Sin sorprenderse, prefirió permanecer impasible y moverse a propósito en cámara lenta para ser testigo gozoso de aquel desesperado, inútil esfuerzo por lograr el equilibrio. Parecía un acróbata en apuros.
     Cayó.
     Después lo vio pasar rápidamente a través de las ventanillas, rodando por el piso con toda su estela de colores, como si se tratase de un cometa agonizante. El conductor disparó los frenos, se levantó de su asiento y dio un suspiro de alivio al comprobar que las llantas no le habían pasado por encima.
     “Garabato” saltó sonoramente al pavimento. Plash. Diez metros a su derecha, el Evaluador, cerca del cotidiano rostro, pues en el violento remolino había extraviado la peluca y la nariz falsa,  trataba de incorporarse. Un chorrito de sangre le bajaba como otra decoración desde el borde de la ceja.  Domínguez se llenó de hipocresía, recogió los papeles desperdigados y se acercó al jefe, moviendo los codos mientras corría. Estoy bien, escuchó, y levantó su mano para tranquilizar a la gente que se apretujaba en las ventanillas del bus.
      Que buen susto.
      Lo sé replicó el otro, presionando con un pañuelo el sitio de la herida . Maldición si tengo suerte.
     Domínguez debió hacer un esfuerzo para que sus labios, los verdaderos, no los pintados, se mantuvieran en su sitio. Arrugó la frente como si el sol tempranero lo fastidiara demasiado. Y todo por impedir que esa justa tremenda sonada carcajada destruyera el silencio. El Evaluador la presentía, aunque no mirara el rostro de Domínguez. Es más, intuía su angustia, la de tener que esperar el resto de la tarde y la noche entera para encontrarse con sus compañeros a la mañana siguiente y contarles lo sucedido sin descuidar detalles. Y él, desde su escritorio, en su despacho, escucharía las armónicas oleadas de risa, una por cada ocurrencia (por el dedo de Domínguez girando en el aire para figurar la caída o por la mímica con que representaría el gesto de dolor y el pañuelo empapado de sangre), como si respetaran determinadas señales y Domínguez, convertido nuevamente en "Garabato" burlón,  fuera el director de aquella desventurada y espantosa orquesta de hienas hienas.




domingo, 21 de julio de 2013

Números satisfactorios

Casita, cómo me asombras...al quinto corte de Editorial Norma se registran 4623 ejemplares vendidos. Rumbo a los 5000. Wuao. Felicitaciones.
Departiendo experiencias de casita con niños lectores del colegio Liceo Los andes

 Y en el caso de Soldado 3113, al segundo corte, avanza como esos caballos de fina sangre que arremeten en la línea final (qué vendrá después), lleva 2757 ejemplares vendidos.

 Y mi querida Maratón, que narra en tre sus páginas las hazañas de Abebe bIKILA,  se prepara para ver lo que hace en su tercera edición, sobrepasó los 1600 ejemplares. De a poco avanzamos.

Si a estos números agregamos las 1000 unidades de ERRANTES Y EMBUSTEROS que fueron donadas a colegios y entidades culturales, estamos hablando de 9898 (cierro en 10000) lectores de estas obras en el transcurso de 3 años y medio.

Tercera edicicón de Maratón, de próxima aparición

domingo, 7 de julio de 2013

El día en que las cosas se perdieron (cuento)



EL DÍA EN QUE LAS COSAS SE PERDIERON



     No lo vamos a olvidar nunca.
     Me parece que fue febrero y en día doce, era sábado y  no llovía, aunque no lo doy por hecho ya que desde la mañana las cosas empezaron a desaparecer, acaso como si un agujero negro hubiera estado ejerciendo silenciosa y efectivamente su atracción gravitacional sobre nosotros.
     Los anormales sucesos comenzaron cuando Margarita preguntó a los de la casa si alguien había visto su teléfono celular. Mi hijo mayor, adolescente tirado a genio, argumentó que sería fácil encontrarlo pues sólo había que discar, desde el convencional, el número, y el tono de aserejé ja de jé de jebe tu de jebere de aquel artefacto siniestro del nuevo milenio sonaría inexorablemente delatando el lugar donde se hallaba. Estaba en eso, sin resultado alguno, cuando mi madre timbró a la casa para informar que el doctor había diagnosticado bronconeumonía a la tía Berenice y que debíamos proceder de inmediato y llevarla a un hospital. En tales casos yo no ando con medias tintas, así que decidí salir como estaba vestido: bermudas de colores, camisa de dormir, y sandalias guácharas. Más oh sorpresa, vino la segunda complicación: no hallaba mi licencia de conducir. Aquello representaba un riesgo en la ciudad convulsionada porque de encontrarse uno con alguna requisa se podía acabar en prisión por estar sin documentos.
     Recordaba que la noche anterior la había guardado en el bolsillo de mi camisa de flores turbias, esas que están tan de moda desde que la llevara ni sé qué actor en no sé cuál película, y que es obsequiada, regularmente por la esposa de uno con la intención manifiesta de alucinarse un poco y aguardar prodigios, pero nada. Me refiero a la licencia. Ya para entonces, el misterio entrañable de las desapariciones sin causa había invadido las cosas, como la niebla.
     Mi hijo menor, una vez descargada su mochila, constató la ausencia del diario de tareas del colegio. Su madre, que encontraba casi todas las respuestas, o por lo menos las inventaba, sugirió que llamara a uno de sus compañeritos, sin embargo, como era de prever, nadie encontró el directorio telefónico. En medio de la bronca que se armó por descifrar quién había sido el último en hacer uso de aquella pieza de rastreo y organización cavernaria decidí salir donde mi madre, quien vivía con la buena tía Berenice, malhumorado, intranquilo, y sin el vital documento en mano.
     Paradas en la puerta y con visibles signos de agitación me esperaban mi madre y mi hermana quien pese a vivir lejos se había presentado antes que yo, en su Ford clásico y la tía Berenice en su silla de ruedas, la pobre, debió haber estado tan enfermita que, al verme, ni siquiera tuvo las fuerzas suficientes para levantar su mano y acariciarme la frente, saludo habitual entre ella y yo, sino que me regaló una sonrisa moribunda, triste. Para no extendernos en diligencias inútiles la trepamos a mi auto como pudimos, procurando no estrujarla demasiado, y coloqué su silla de ruedas en el baúl.
     Afuera del hospital nos fue mejor porque un par de enfermeros, expertos en eso de maniobrar seres sin vitalidad, salieron a ayudarnos y en tres minutos la tía estaba bien aparcadita a un costado nuestro, diría que hasta con un gesto de complacencia, en la ventana de admisión. Allí mi hermana se percató que no portaba su tarjeta de crédito. A más de eso increpó a la cartera por tener muchos orificios en el resguardo interno, ya que, para colmo, las llaves de su auto, aquél que había dejado aparcado en casa de mi madre, se habían extraviado en dicho espacio indómito. La volteó y salieron conjuros, caracoles, papeles de notas, monedas inservibles, fotos, una servilleta arrugada y con restos de lápiz labial, otros papeles de notas, pero nada con sus llaves. A mi madre sólo se le ocurrió llamarme la atención por haber ido en zapatillas y en bermudas. Y la amable señorita de la ventanilla, percatándose posiblemente del caos reinante, sugirió que podíamos girar un cheque. Le agradecimos porque a fin de cuentas, pese a los conflictos (las llaves y la tarjeta de crédito navegaban sin esperanza en el denominado “horizonte de sucesos”, postrero límite de donde no había regreso o escape de aquel agujero negro) la prioridad era la recuperación de la tía. Mi hermana, toda tinosa, sacó su chequera. Yo me sonreí de gusto y pensé que un día no podía ser tan malo, para corroborarlo un bolígrafo apareció del bolso de mi madre como por arte de magia.

     Se giró una cantidad que abastecía para los dos primeros días en una pieza económica, donde se incluía  la onerosa lista de medicamentos. No obstante, ninguno de los tres esperaba vivir lo que siguió ese día, por eso no lo olvidamos, porque cuando la señorita amable preguntó quién era la paciente y yo señalé a mi costado, descubrí que aquél espacio, digamos un área de cuatro baldosas, estaba vacío. Es decir, la tía Berenice había desaparecido, así de sencillo, como desaparece un auto en una esquina, una maleta en el aeropuerto o un buque en el triángulo de las Bermudas. Mi madre detonó y se puso a dar alaridos de esquizofrénica. Mi hermana y yo, guardando la moderación, preguntamos a las enfermeras para descubrir si alguna de ellas se había llevado a la viejita, por equivocación. Pero como nadie ofrecía aceptables indicios de su rastro (lo que sucede normalmente cuando uno pregunta por algo o por alguien extraviado), a no ser la buena voluntad de ayudarnos, no nos quedó más que agarrarnos de la mano, y buscarla por ese hospital inmenso, uno tras de otro, en las habitaciones y salas, en emergencia y cirugía, pasadizo por pasadizo, bien juntitos, porque lo peor que podía ocurrir en ese momento era que alguno de nosotros también se perdiera.


sábado, 15 de junio de 2013

Entrevista con Juana Neira, programa sueños de papel, Radio Visiòn

http://www.ivoox.com/hans-behr-escritor-ecuatoriano-13-junio-2013-audios-mp3_rf_2134009_1.html



Para quienes deseen escuchar la entrevista que me concediera Juana Neira, escritora, de radio Visiòn.
Hablamos de ciertos pormenores de mis obras, de Soldado 3113, el por qué de su nombre, algo de lectura, también de Errantes y embusteros, de algunos de sus cuentos, en fin, una experiencia agradable y enriquecedora.


domingo, 9 de junio de 2013

Todos ellos, los publicados



Todos ellos han sido una conmoción. Cada uno de ellos ha tenido su espacio. Las llamadas recibidas (cuando se trataba de un concurso, en el caso de Circo, Los senderos de Emaús, Maratón, Errantes y embusteros, y el reciente todavía no publicado Las luces de la felicidad, o cuando se trataba de la aceptación por parte de una editorial: Casita Casona Casuna y Soldado 3113), sólo indicaron una realidad: valió la pena el esfuerzo. Aunque me siento agradecido con la vida y con Dios de que las cosas se hayan dado de esa manera, siguiendo día a día con mis sueños, en el tiempo en que no ganaba nada, para cosechar después, quizás con un poco de madurez, como dice mi esposa. ¨Yo creo que escribes mejor porque estás más maduro¨.  Quién sabe, de pronto. Aunque el camino para escribir mejor lo anunció Hemingway: el mejor trabajo se forja en la soledad.

domingo, 2 de junio de 2013

Acerca de LAS LUCES DE LA FELICIDAD

http://www.elcomercio.ec/cultura/Behr-Martinez-gano-Concurso-Nacional-Literatura-Ecuador_0_914908720.html


Breve discurso de premiación basado en las palabras de A. Machen: el objetivo de todo escritor es contar una historia maravillosa de manera maravillosa. Ojo, no es que yo esté en ese nivel, pero es lo ideal.

el diploma

Con Silvia Poveda, ganadora del concurso CCG en el 2012

La necesaria familia


LAS LUCES DE LA FELICIDAD se fue abriendo espacio por sí misma. Misterios que un escritor no podría resolver. Es como si, en algunos momentos, se hubiera escrito sola. Un ejemplo fueron algunos de sus personajes. Ahora, desde este tramo del tiempo, contemplo recortes viejos... hay uno del compositor Tom Jobim (La chica de Ipanema, Hello Pineiro en sus 16 años), que data de 1989. Lo recorté, porque desde momento en que vi su foto en blanco y negro supe que él será el prototipo de un detective. Entonces no sabía qué detective iba a ser. Pero ya estaba predestinado. Por otro lado, un buen día, mi hija me hizo un comentario del blog de una amiga suya... el blog de Evelyn Taylor, fue digamos  un chispazo que resonó en mi cabeza, allí supe/entendí/comprendí/eurekas  que ese nombre sería el de la novia de mi detective. Y que sería una negra hermosa. Lo anoté. El resto de sucesos se fueron complementando a través de los años, la novela fue absorbiendo todo, como si fuese un agujero negro, la vida de S Hawking, sus teorías, los motivos que mueven a un asesino en serie, a realizar lo que hace, los personajes de algunas películas, en fin. Yo sólo aporté con el inicio: un cuento donde un par de mirones se extasiaban, a través de una ventana, con la desnudez de una cantante de cabaret, la cual baila frente a un espejo con diferentes luces, dependiendo de su estado de ánimo (de allí el título de la obra)... fue el verdadero principio, quizás 10 o 15 años atrás, luego vino la idea de alargarlo, de hacerlo novela, y el resto fue como lo relato... toda una hilera de coincidencias, hasta que un buen día estuvo lista.
Y se llevó el premio CCG 2013, de lo cual me siento honrado. Y deseo que pronto vea la luz... dicen que en Agosto 2013.
Esperemos.

miércoles, 22 de mayo de 2013

Por qué soldado 3113








 Por qué Soldado 3113??

Por que fue la primera vez que he escrito un libro escuchando lo que piden los demás.
El resultado salió de una encuesta en varios colegios.
La única norma era: nada de vampiros y hombre lobos.
Y me sroprendió una de las repuestas.
A los jóvenes les fascina el tema de la segunda guerra Mundial.
El resto fue investigación. Me enteré que cerca de Caen, hay un cementerio con más de 20000 tumbas, de soldados aliados y alemanes. Muchos de ellos (se puede apreciar las lápidas) no pasaron los 18 años.
Terribe.
Debieron haber estado jugando pelota o paseando con sus novias.
De allí la idea de que mi personaje debía ser muy joven, y debía ser "atrapado" por las circunstancias, de una guerra que no era la suya.
El enfoque de la novela es a traves de los ojos de este soldado alemán.
Por añadidura, entrenador de pastores alemanes, raza que fue creada antes de la primera guerra Mundial, para servir al hombre con su fidelidad y trabajo. allí aparece otro personaje; Van hansen, su perro.
Muchas de las características de ese personaje se las debo a mi perro, Joe, quien ya va entrando a la vejez, pero me ha enseñado, a lo largo de los años, la importancia de tener un amigo.
A más de ser, sobre todo, un perro con carácter propio.Y de mucha inteligencia. Dicen los expertos que esta raza puede alcanzar la inteligencia de un niño de 7 as 10 años.
Ambos, soldado 3113 y Van hansen, empiezan su aventura en la batalla de Normandia. Su meta: sobrevivir.


Editorial Norma ya realizó su segunda edición.

domingo, 12 de mayo de 2013

Imágenes de Casita Casona Casuna, una historia familiar

Hoy, día de las madres, subo los dibujos de José G. Hidalgo,  quien ilustró mi novela infantil Casita casona casuna (Ed. norma, 2010), a disposición en librerías.
Haciendo una referencia de los dibujos, constan:
1) María Alejandra, con su madre, cuando le comenta que su nombre suena a campanitas.

2) El beso con sabor a naranja que le da el papá (había un sabor para cada ocasión: guineo, durazno, rompope, etc)



3) Alejandra, al estilo Indiana Jones, con sus hermanos: Andrés, Pablo y Paula, y el perro Excalibur, cuando se disponían a cazar a Kina, la temible cucaracha de agua.

4) Alejandra, cuando, con galletas de coco, entabla amistad con Holan el bárbaro (existió de a de veras), un pastor alemán que llegó a vivir 17 años.

la casita

6) El debate familiar cuando llegó a casa excalibur, el pequinés iracundo.

7) Luciana, la jardinera, quien a voz de Paula, es una "viejita que está muerta, pero no sabe que murió"







                8) Y Vianka, la yegua que siempre perdía en sus carreras... hasta que un día...




domingo, 5 de mayo de 2013

"Las luces de la felicidad", novela, gana el concurso CCG

http://www.eluniverso.com/vida-estilo/2013/05/04/nota/899651/hans-behr-gana-premio-novela-ccg

Se ha cumplido una meta más. Otro "verano italiano". He tenido la suerte de ganar un premio en Y bueno, aquí adjunto un breve resumen del argumento:



Y que tal si colocamos a Tom Jobim (creador de "La chica de Ipanema") como detective. Y le ponemos como compañero a Costello (de abbott y Costello), quien tiene como mascota un mono araña (la parte cómica de la historia), y de paso que nuestro sistema haya sido ya atrapado por un agujero negro, asunto que sólo Tom Jobim lo sabe (lo supo un día en que se fue de pesca y un pelícano le pidió sardinas). Y que tal que por ello, por el agujero, se comunique con Stephen Hawking, quien a su vez siempre quiso ser detective y no astrónomo. Juntos, Tom Jobim y Stephen Hawking dan cacería a un probable asesino en serie. 
Es más o menos la trama de "Las luces de la felciidad", ganadora del premio de Novela de la CCG, ah y claro, debe haber una mujer hermosa en la trama, una mujer tipo Marilyn, infaltable.  otra mujer hermosa, una morena, novia de Tom Jobim.






personajes de "Las luces de la felicidad", novela de próxima publicación.


sábado, 4 de mayo de 2013

Perfecto equilibrio (Cuento N0. 13 de Errantes y embusteros)










13.- PERFECTO   EQUILIBRIO




     Sumergido en  la  “penumbra vaga de la pequeña  alcoba”, como anotó la inspirada Rosario Sansores, con todas esas formas que van como desvaneciéndose hasta perder familiaridad –la campanilla del velador, el golfista de cerámica china y los retratos de la pared se han convertido en pinceladas abstractas–  el hombre canturrea el pasillo y se deja seducir por el confort, por el generoso recibimiento que a su cuerpo dispensa la sábana fresca, aromatizada, por su almohada antialérgica, plumas de flamenco. Lo que siente se asemeja de un confuso modo a ser estropeado placenteramente por los chorros y remolinos de agua del único jacuzzy que frecuenta los fines de semana en el club.
      Casi satisfecho prefiere voltearse y posar su mano izquierda sobre el hombro derecho de la mujer que yace a su lado, asirlo porque se está más cómodo allí, como agarrándose de algo, porque en sus sueños los abismos son profanos, imperecederos, amargos, aparte que con su antebrazo percibe la discreta elevación del seno, su blanda exquisitez, con suerte el pezón, como para reconstruir por unos segundos otras ocasiones que no concuerdan precisamente con la quietud y el reponer de fuerzas.
     “Te buscarán mis brazos, te besará mi boca, y aspiraré en el aire, aquel olor a rosas”. Los senos, teoriza, fueron hechos para que el hombre descansara en ellos y descubriera lo débil que es. Cuando está por dormir le da por combinar/inventarse  frases, imágenes.
     Volverse  un poco chiflado.
     Concibe que su cabeza es roca ceremonial, el  dintel  madre que mira hacia la salida  del  sol en las ruinas de Stonehenge, y que reposa con exactitud sobre dos puntos: la quijada  y el hombro izquierdo de la mujer. Más arriba el travieso índice de su mano derecha husmea debajo de las cejas del otro cuerpo, en las mismas órbitas oculares, tratando de encontrar ese misterioso canalete que al ser presionado produce una simultánea descarga de dolor y alivio. Lo ha hecho consigo mismo cuando las tensiones cotidianas le han reventado la cabeza y aunque haya revisado volúmenes de anatomía no ha podido dar con el nombre de aquel lugarcito, conductor de nervios o algo por el estilo. Deduce sin embargo que aunque en él funcione, no es seguro que idéntico efecto tenga en los demás. Abajo, por así decirlo, la planta desnuda de su pie izquierdo roza y acaricia en un movimiento lineal, de ida y vuelta, los delicados tobillos de su querida. Aquello no le cuesta ni le impide dormir, más bien le agrada, lo arrulla, y presiente que también agrada y arrulla.
     Su pie derecho, que está libre, sin contacto alguno, empieza a bastonearse sobre el colchón. Se eleva y cae pesadamente como una de esas aves que ha sido derribada por el cazador. La costumbre le viene desde pequeño, tal vez como una lejana evocación a cuando su madre le daba golpecitos en la cuna.  Nunca abandonamos la semilla, vuelve a pensar. La mujer reclama con un quejido seco, de ganso malhumorado, porque cada sacudida retumba en su cabeza como cuando distingue, muchísimo antes de que arribe a la cuadra, al pesado camión de la basura que activa con su estrepitoso carnaval de metales y sonidos de diversa índole, generados en su mayor parte por el mecanismo que tritura, compacta los desechos, todas las alarmas de los autos.
     Están así unos minutos, pero en el fondo de esa dicha con aspecto de placenta cálida palpita una angustia que no pueden disfrazar: continúan soberanamente despiertos. Algo ocurre, la conjunción no ha sido perfecta. Quizás el inicio debió haber sido distinto, discurre la mujer, como en las últimas noches, con la cabeza del hombre recostada en sus tobillos, los masculinos y groseros dientes mordisqueando con sumo cuidado la parte más carnosa y abultada de su pantorrilla, los anchos dedos repasando una y otra vez la desnivelada superficie de sus articulaciones, y ella sintiendo ese cariño y el peso de aquella pierna sobre su abdomen. Con urgencia el módulo debe intentar una variante y la mujer retira con delicadeza de carterista la mano del hombre, la que asía su hombro derecho, y se la coloca justo en el seno, en la punta de su elevación, que lo agarre entero, areola y pezón incluidos, así se siente segura, no permite que sus encantos pasen inadvertidos, ni siquiera en las mareas del entresueño sino que, al contrario, sean tomados como fortaleza derrumbada. Sabe que los vencidos serán, a la larga, los victoriosos  ya que, de un modo u otro, con torturas de por medio, necesarios mártires, amenazas y normas estrictas, deben ser protegidos para que los conquistadores puedan subsistir.
     Decepcionado por la maniobra el hombre espera un par de minutos y aparta la mano del seno. La mujer aprovecha, lo empuja un poco y ahora es ella quien toma la iniciativa y se voltea sobre su cuerpo. Ninguno de los dos sabría decir con precisión quién empezó con el venerable hábito del empiernamiento y cómo había evolucionado hasta volverse parte indispensable, sustancial, de sus vidas, al punto que el insomnio los mortifica si alguno debe ausentarse. Aunque muchas cosas han quedado atrás: flores, chocolates italianos, estrenos en el cine, cenas románticas a media luz, si de algo les sirve el amor es para traer paz cuando el  furor se aplaca. Ahora conversan lo mínimo, por las tardes recorren juntos, en las arboledas, los círculos dispuestos para caminantes, dizque con la excusa de mantenerse en el peso correcto y ejercitar el corazón, admiran el verdor, observan otras parejas como si observaran aves o ardillas, pelean menos o a veces más, en especial cuando saltan del pasado viejos flirteos y sospechas. Sin embargo no pueden dormir el uno sin el otro.
     La mujer deja caer su mano en el pecho del hombre, a la altura del corazón; a ella le interesa “escuchar” con su tacto cada uno de los latidos, en ellos descifra o cree descifrar pensamientos, muñecas atractivas (como la secretaria esa de buenas piernas, cadenita de oro en el tobillo, y gestos libidinosos que laboró el año anterior en su oficina), en particular  cuando los tambores retumban demasiado, entonces, con odio, imagina que dentro de la cabeza del hombre se ha encendido la fiesta: danzan curvilíneas formas, ombligos y otras cosas expuestas, cabellos sueltos, sonrisas seductoras, música electrónica de fondo. Su mano se encrespa, araña venenosa (y peluda, tarántula infame), toma posición de ataque y son sus uñas, no sus yemas, las que se sitúan sobre la piel, la degustan, dispensa un pequeño hincón. Recapacita que no debe ahondar más, de lo contrario llegaría a esas imágenes en blanco y negro, de la otra zángana despernancada que mostraba sus partes íntimas, aquellas que le encontró en el computador. Artísticas, fue la tibia respuesta. Para eso me tienes a mí, le dijo ella con furia y clausuró su abanico de caricias  por tiempo indefinido.
     También permitió, sí, permitió dejar avanzar en sus galanteos a uno de sus clientes del banco, niña hermosa usted desde la ventanilla saca de la rutina a cualquiera, accedió, en un encuentro furtivo, a las primeras caricias y besos maniáticos y palabras calientes en el oído que le arrancaron gemidos  pero no la hicieron claudicar. Se repite que si esos espantajos siguen deslizándose debajo de la almohada no podrá dormir. La hiel es uno de los peores enemigos del sueño, concluye. Su muslo derecho, en tanto, acaricia la cubierta masculina y la delicada sábana que nunca debe estar entre piel y piel sino sobre ambas.
     Ahora el hombre se siente incómodo porque una mano sobre el corazón es como un taco que no deja respirar al delfín que habita adentro. La retira, la coloca en medio de los dos cuerpos, y casi con el mismo movimiento agarra el muslo de la compañera y ejecuta una especie de llave de lucha libre, un torniquete, porque la pierna derecha de ella ha quedado atrapada entre su mano y rodilla izquierdas. Con su mano diestra acaricia la pierna enganchada, lentamente, con fervor, como esas niñas, hijas de marineros, que lavan pescados en  la ribera, continua en la pantorrilla y procede luego con un suave masaje en la planta de los pies. A veces ella le ha preguntado que dónde  aprendió eso. Y él responde que ha sido autodidacta como con el canalete de la órbita del ojo. Escucha ronquidos de complacencia, los más cercanos al ronroneo de una gata. Es el instante de aflojar el torniquete, liberarla.
     Se voltea hacia su izquierda, deja atrás los roces y desacuerdos silenciosos. La mujer, que también ha esperado su independencia, gira hacia la derecha. Ahora están solos, el uno y el otro. Ovejeros correteando en la pradera, reuniendo animales dispersos, mariposas sobrevolando un jardín de pensamientos chinos, fragatas y su inmensa V en el cielo. La mujer se acomoda como mejor le parece, brazo bajo la almohada, postura casi fetal por eso de los dolores en la espalda y antes de querer dormirse asegura que mañana cerrará esa pequeña abertura entre dos persianas que permite el ingreso de una casi insignificante pero molestosa línea de luz que le golpea directamente en los ojos, con la exactitud del gancho con que Mohamed Alí noqueó a Foreman. Nunca ha olvidado ese combate, así deteste el box, ocurrido en la década de los setenta, y la figura de su padre pegado al televisor. Cuando está sola consigo misma le aparecen un par de alas delgadísimas, gusta crear libretos y pensar cómo hubiera sido su vida si se casaba con otro de sus pretendientes. ¿La consentirían más?, alhajas, vestidos, pasajes a Disney y  New York y una caja de bombones en cualquier día y sin previo aviso como cuenta una de sus amigas en las reuniones de los jueves. O la abofetearían por el menor detalle o equivocación, como se queja otra, a más de haberle encontrado una prenda íntima debajo del asiento del auto. Aprieta los labios con un signo de amargura.
     El hombre, en cambio, tiene la apariencia de un perro feliz que dormita boca arriba, despaturrado en el suelo de una granja, las piernas entrecruzadas. Como la posición acarrea demasiado peso hacia su derecha ha introducido su índice entre el colchón y el remarco de la cama para alcanzar el perfecto equilibrio, quedarse como un trompo en balance absoluto.
     Vuelve a Stonehenge: la sabiduría de las grandes piedras encierra un sencillo y claro mensaje que dejaron los antepasados  y  ha escapado a los científicos que se complican con teorías espinosas. Saber descansar, con todo el peso, nada más, así de fácil, ni santuario astronómico, pista para naves espaciales o centro energético creado por Merlín el mago. Cada gran mole reposa sobre otras dos. Así han durado miles de años. Y para que la frase miles de años adquiera intensidad busca equivalentes. Pirámides, mar, el libro del Génesis, fuego. Sospecha que recibir el sueño es cuestión de segundos, que llegará en cualquier momento como si en algún lugar un extraño sentado en una butaca apagara un interruptor. Click. Un buen descanso implica menor desgaste, un detenerse de los años. Lo vivieron los indios navajos y otros como ellos, se dice. El secreto de la estirada juventud se halla en el dormir intenso, trivial e imprescindible, como una semilla, abandonar el resto, lo bueno y lo malo, el tiempo que erosiona. Piensa que hoy en día la vida se reduce a una palabra, urgencia, despertar, sexo en cinco minutos si es que hay cinco minutos, desayuno instantáneo, café soluble, repetir la palabra apúrate como si estuviese recién aprendida, tostadas y leche que no deje grumos, nada que retarde porque afuera espera el tráfico violento, el ruido, los niños pordioseros y su hambre infame, la oficina  y  la tarjeta  de entrada, los cronogramas, el cumplimiento de los procesos, el tono del celular, mensaje recibido, programa predeterminado y las teclas que se ajustan maravillosamente para escribir las palabras correctas, respuesta inmediata, hay que minimizar el tiempo, almorzar en media hora, conectarse a internet, banda ancha, viajar, morir, también hay que morirse rápido, lo que demora cuesta (sino cotizar cuidados intensivos versus sepelios refinados). La paradoja es que nadie le gana al tiempo, sin envejecer por ello. Es el precio. Y lo peor, piensa, es que enloquecemos cuando no tenemos nada que hacer. La quietud es una rara especie.
     En eso la mujer ha exteriorizado un leve murmullo, de aparente felicidad, pero no, es la copla de sirena extraviada, de auxilio, porque en su interior, pese a estar cómoda, siente que algo le falta. Curiosamente a  él le ocurre lo mismo. “Cuando tú te hayas ido me envolverán las sombras”. Sumergido en la  “penumbra vaga…”, angustiosa, con todas esas formas que ocupan la alcoba y que van como desvaneciéndose hasta perder familiaridad –el vaso de agua para la noche, la lamparita de mesa y el crucifijo tallado a mano que está sobre el televisor se han convertido en pinceladas abstractas– el hombre se deja seducir por el confort, por el generoso recibimiento que a su cuerpo dispensa la sábana fresca, perfumada, por su almohada antialérgica, plumas de flamenco. Lo que siente se asemeja de un confuso modo a estar sentado en una roca de playa, los ojos entornados, degustando bajo el sol el punto exacto en que la tibia ola llegará a sus pies. Casi satisfecho el hombre prefiere voltearse una vez más y posar su mano izquierda ya no sobre el hombro derecho de la mujer, sino  más abajo, para esta vez sí, asirlo porque se está más cómodo allí, como agarrándose de algo, no con la firmeza de hace poco, aunque sus abismos sigan siendo lo que son, aparte que con su antebrazo percibe la discreta elevación del seno, su blanda exquisitez, con suerte el pezón.  Los senos, piensa, fueron hechos para que el hombre admirara con calma la silueta de uno de ellos mientras reposa en el otr...