12.-
MISTERIO ESCABROSO
Lo despertó a quemarropa el estruendo de
un motor, era casi como que un rumiante
le resoplara enojado al oído. Enseguida la bocina estridente, sin rasgos
de piedad. No había nada que odiara tanto. En general era un hombre sosegado,
de algunas cuantas palabras bien medidas cuando la ocasión lo merecía, pero si
el auto de atrás lo apremiaba con el claxon se convertía en un guerrero de
inframundo, capaz de bajarse, desabotonar su camisa y arreglar cuentas allí
mismo, vencer o morir. Un soldado de la guerra de los cien días. El cisco era
una invitación al duelo.
Entre sueños, porque aún creía que se
encontraba en la calidez de su aposento, su primer esbozo de pensamiento fue el
de acercarse a la ventana y lanzar un ladrillo, si lo tuviera, o por lo menos
dictar una puteada soberana e indecorosa a quien molestaba tan temprano y de
esa manera. Sin embargo, al abrir los ojos, su visión inicial fue de fatal
sorpresa, como si permaneciera dentro de una pesadilla: estaba acostado en
plena avenida, bajo un semáforo, deteniendo con su cuerpo a todo el tráfico.
Cosa rara, una fina sábana lo cubría hasta la altura del cuello. Desesperado
pretendió incorporarse, estiró la tela para quitársela y una nueva alarma lo
aturdió. Se dio cuenta que estaba completamente desnudo. En medio del terror
intentó dar claridad a las precipitadas y fundamentales preguntas que se le
vinieron a la mente como damnificados en repartición de pan. ¿Quién era? ¿Cómo
se llamaba? ¿Qué había estado haciendo para terminar allí, en pleno pavimento y
con una tela encima? ¿Lo habrían
atropellado y creído muerto? ¿Pero
entonces…por qué la desnudez?
Los alaridos de los conductores y otros
bocinazos cortaron abruptamente sus pensamientos. Exigían con rigor que se
apartara de la avenida, que diera espacio, así se tratara de un ensayo televiso
o de un loco verdadero. Elevó sus manos en señal de resignación, misericordia y
derrota. Se levantó del asfalto y caminó de puntillas y apuradamente hasta la
acera inmediata previendo que el lienzo no se le cayera. Deseó despertar, pero
no, no era un sueño. Alguien lo había colocado allí, como un juguete, o alguna
historia insólita había ofrecido aquel desenlace. ¿Sería cierto lo de aquella
droga que convertía en zombis a las víctimas? ¿Habría sido él una de
ellas? No recordaba nada. Sólo percibía el retumbar de su corazón en el
pecho, como cañón en batalla. Pum pum
pum. Aquello era espantoso. Junto a él, sobre la acera, una pequeña cara
sucia, de esas que piden limosna en las luces rojas, le sonreía.
(Cuento N0. 12 de Errantes y embusteros)
Este cuento fue traducio al francés, y forma parte del proyecto de 18 minicuentos de autores ecuatorianos que será presentado en la Casa Internacional de Escritores y Poetas de Bretaña (noroeste de Francia)
:)
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