jueves, 25 de abril de 2013

Misterio escabroso








12.- MISTERIO ESCABROSO



     Lo despertó a quemarropa el estruendo de un motor, era casi como que un rumiante  le resoplara enojado al oído. Enseguida la bocina estridente, sin rasgos de piedad. No había nada que odiara tanto. En general era un hombre sosegado, de algunas cuantas palabras bien medidas cuando la ocasión lo merecía, pero si el auto de atrás lo apremiaba con el claxon se convertía en un guerrero de inframundo, capaz de bajarse, desabotonar su camisa y arreglar cuentas allí mismo, vencer o morir. Un soldado de la guerra de los cien días. El cisco era una invitación al duelo.
     Entre sueños, porque aún creía que se encontraba en la calidez de su aposento, su primer esbozo de pensamiento fue el de acercarse a la ventana y lanzar un ladrillo, si lo tuviera, o por lo menos dictar una puteada soberana e indecorosa a quien molestaba tan temprano y de esa manera. Sin embargo, al abrir los ojos, su visión inicial fue de fatal sorpresa, como si permaneciera dentro de una pesadilla: estaba acostado en plena avenida, bajo un semáforo, deteniendo con su cuerpo a todo el tráfico. Cosa rara, una fina sábana lo cubría hasta la altura del cuello. Desesperado pretendió incorporarse, estiró la tela para quitársela y una nueva alarma lo aturdió. Se dio cuenta que estaba completamente desnudo. En medio del terror intentó dar claridad a las precipitadas y fundamentales preguntas que se le vinieron a la mente como damnificados en repartición de pan. ¿Quién era? ¿Cómo se llamaba? ¿Qué había estado haciendo para terminar allí, en pleno pavimento y con una tela encima?  ¿Lo habrían atropellado y creído muerto?  ¿Pero entonces…por qué la desnudez?
     Los alaridos de los conductores y otros bocinazos cortaron abruptamente sus pensamientos. Exigían con rigor que se apartara de la avenida, que diera espacio, así se tratara de un ensayo televiso o de un loco verdadero. Elevó sus manos en señal de resignación, misericordia y derrota. Se levantó del asfalto y caminó de puntillas y apuradamente hasta la acera inmediata previendo que el lienzo no se le cayera. Deseó despertar, pero no, no era un sueño. Alguien lo había colocado allí, como un juguete, o alguna historia insólita había ofrecido aquel desenlace. ¿Sería cierto lo de aquella droga que convertía en zombis a las víctimas? ¿Habría sido él una de ellas?  No recordaba nada.  Sólo percibía el retumbar de su corazón en el pecho, como cañón en batalla.  Pum pum pum.  Aquello era espantoso.  Junto a él, sobre la acera, una pequeña cara sucia, de esas que piden limosna en las luces rojas, le sonreía.

(Cuento N0. 12 de Errantes y embusteros)

Este cuento fue traducio al francés, y forma parte del proyecto de 18 minicuentos de autores ecuatorianos que será presentado en  la Casa Internacional de Escritores y Poetas de Bretaña (noroeste de Francia) 
:)

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