ESOS CUENTOS MARAVILLOSOS
PARTE I
A quienes nos gusta la literatura, tenemos
guardados en la memoria aquellos cuentos, o fragmentos, que resultaron por una
razón u otra, memorables. Quizás por el principio, aquél que nos atrapó desde
las primeras líneas. O por el argumento,
lo que pesa realmente en una historia, o el final, el cual nos dejó muchas
veces sin respiración. El cuento que nos abrió por un momento, la puerta de otra
dimensión, a la que ingresamos espiritualmente para percibir el encanto que
dejan las letras, las letras de una historia bien contada.
Recuerdo algunas narraciones de
mi infancia, historias de leones y otros animales de la selva, que me llenaron
de entusiasmo por la lectura, sin embargo, no recuerdo sus nombres y autores,
por eso, paso a referir los que presentan una ubicación precisa.
Y podría empezar con una obra que
leí en una antología de cuentos españoles: “Adiós cordera, adiós”. Era mi
tiempo de aulas escolares. Recuerdo que
era un sábado, andaba con la guardia baja y me interné en las verdes praderas descritas a
la perfección por la pluma de Leopoldo Alas, Clarín, los postes del telégrafo y
el tren que pasaba por el lugar. Y a los dos niños, Pinín y Rosa, gemelos, que
jugueteaban con su Cordera en ese extraordinario lugar, olvidando su pobreza,
hasta que algo rompe el equilibrio. Sólo en ese momento, el perverso título de
la obra crece en la mente del lector. El estado económico de la familia obliga
al padre a vender a la Cordera, y los pequeños la ven marcharse en el tren
rumbo al matadero. Recuerdo que cerré el libro con furia, a sabiendas que la
literatura tiene el poder de describir las cosas como ocurren, que los finales
rosas no se dan siempre. Y que la literatura es el fuel reflejo de la vida, no
de lo que nosotros queramos.
Posteriormente, en mi época
universitaria, cuando “conocí” a Cortázar, me deslumbró “Continuidad de los parques”, con un
principio relativamente sencillo (que no era sino una trampa bien estudiada
para el lector): “Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó
por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca”.
Hasta aquí, todo normal, pero de inmediato se va presentando un mundo paralelo,
los parques se ven reflejados en la novela que el lector lee, así mismo como el
argumento, que no es otro del asesinato del lector por parte de su esposa y
amante, a más de un final abierto, según mi
apreciación.
Y apenas me recuperaba de esta
lectura, me encuentro con “la noche boca arriba” del mismo autor, un relato,
que presenta, como en el anterior, un inicio llano, un muchacho sale de su
trabajo en su motocicleta… ¡qué puede ocurrir?: “A mitad del largo zaguán del
hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la
motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la
joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo
sobrado adonde iba”. Sin embargo, el
relato va adentrándose en el hecho fantástico, luego que el protagonista sufre
un accidente y es colocado en una camilla, entonces se mezclan realidades, y el autor utiliza el
recurso del soñador que está dentro de otro sueño, ya que se alterna, el hombre
moderno acostado en la camilla, dentro de un hospital, y el indio moteca
apresado, en la guerra florida, por los aztecas para llevarlo al sacrificio.
Allí ya no hay vuelta atrás. El lector, al igual que el personaje, ya no tiene
la oportunidad de escapar, debe ir hasta el final, y descubrir, junto al
soñador, cuál era la historia válida; y tal vez, empujando al citadino para que
despertara de una vez y volviera a la normalidad, asunto que nunca ocurre. Un
cuento que me dejó con la respiración alterada, y mostró, que dentro del relato
fantástico, toda salida es posible.
Borges no podía faltar en mi lista. Su
vasta obra deja enseñanza y admiración, pero en lo particular, coloco en la
cima, el cuento 'La escritura del Dios".
Pertenece a “El aleph”, publicado en 1949 en los tiempos del surgimiento de la
nueva narrativa hispanoamericana. El argumento es sencillo: Tzinacin, quien es "mago de
la pirimide de Qaholom", guarda condena en una oscura prisión junto a un
jaguar, del cual está separado por un muro. El personaje conoce que jamás
saldrá de esa prisión. Sobrevive gracias a sus juegos mentales, trata de descubrir el conjuro divino que
detendrá todos los males, incluyendo a los españoles. En Borges admiro la precisión
de los momentos, ya que al mediodía, cuando el carcelero los alimenta, hay una ligera iluminación en que el mago puede
observar al jaguar y sus líneas. A través
de los años descubre que sólo allí, el Dios guardaría el conjuro, en la piel de
los jaguares: “Dediqué largos años a aprender el orden y la configuración de
las manchas. Cada ciega jornada me concedía un instante de luz… Algunas
incluían puntos; otras formaban rayas trasversales en la cara interior de las
piernas… Acaso eran un mismo sonido o una misma palabra…” Su labor continua hasta que… “Vi las montañas
que surgieron del agua, vi los primeros hombres de palo… entendiéndolo todo,
alcancé también a entender la escritura del tigre. Es una fórmula de
catorce palabras casuales, y me bastaría decirla en voz alta para ser
todopoderoso... Pero yo sé que nunca diré esas palabras, porque ya no me
acuerdo de Tzinacán”. Otro arrebato, otro descubrimiento de las profundidades
literarias, esas que dejan huellas perennes. Y encima la frase, que me hace
recordar a Tolkien por la exactitud de las mismas: “Que muera conmigo el
misterio que está escrito en los tigres” que vuelven este cuento inolvidable,
parte de uno, y que sube el peldaño de poder ser releído y disfrutado, una y
otra vez.
Y en esta primera entrega,
quisiera aportar también con el gran cuento, Guasinton, de José de la Cuadra, a
quien se lo considera precursor del realismo mágico. Añadiría: un visionario de
la industria cinematográfica, pues quien se encuentra con esta historia que
trata de un gigantesco lagarto, “cuyo centro de fechorías era el (río)
Babahoyo, desde los bajos de Samborondón hasta las reservas del puentecillo
Alfaro”, y encuentra en el monstruo, un
comportamiento “casi humano” (le gusta la música de la guitarra y las canciones
de los campesinos, que exige, por ser el “señor” de las aguas “el pago de una
vaca” por dejar pasar a las demás, o que para alimentarse, escoge entre un
caballo y una mujer, al primero, nos hablan de un personaje imperecedero), que comete
el error de devorar al perro favorito de don Macario, quien reúne una partida
para terminar con el valiente saurio. Catorce hombres se necesitaron para
lograrlo. Un cuento casi épico, que desgató imaginaciones e impresionó por el
tiempo en que fue escrito.
Por Hans Behr
(Artículo aparecido en revista Sur Idea, Casa Cultura Loja, N0 32.)