1.-
ALZHEIMER
A nadie
Bien clarito me dijeron, me dijeron, eso, con
vocablos en apariencia compasivos como las caricias que propician las monjas en
el hospicio, pero amasados con púas, sombreando cada una de las sílabas, así,
sin puntos y comas, con el índice del tremendo
juez de la tremenda corte a dos centímetros de mis narices, Aníbal de Mar,
¿era ese el nombre del actor?, ¡qué fenómeno!, que me quedara quieto un rato. Faltó poco
para que asome el “carajo”, estuvo a un tris, que NI-ME-MO-VIE.RA, eso, y
permaneciera en este banco del parque central, manos cruzadas sobre las
rodillas, donde turistas sonrientes con el wuuuaao o el yeeeaaa en la boca,
blancos, rubios y almidonados, se afanan sobre manera para fotografiarse con
las iguanas centenarias, y digo centenarias porque tengo una sospecha: estas
sabandijas se hacen las bobas, no mueren con facilidad, a no ser que las
atropelle un vehículo, ojo no cualquier carricoche, debe ser un camión con
plataforma, o les caiga por cuestiones de números y errores un rayo mal
concebido, un cable de alta tensión, y las cocine al instante, algo por el
estilo, de lo contrario sólo cambian su piel y nos hacen creer que hay nuevos
miembros en su comunidad.
No cabe duda, creo que no hacía falta tanta amonestación, no me moveré,
seré viejo pero no un viejo pendejo. Acaso voy a estar revoloteado de un lado
para otro. Lo que es la falta de respeto de los jóvenes de hoy, todo porque
dizque me sacan a pasear como el perro de la casa – a que agarre sol, ¡no ves lo palidito que está!
– y no puedo subir las escaleras de ese edificio antiguo donde mi sobrina, la
de ojos gatunos, tiene que realizar una gestión municipal. Lleva media hora, y
yo acá contemplando pájaros y su caca blanquinosa pegoteada en el cemento.
Me gusta eso de las aves, los petirrojos se esmeran cuidando a sus
hembras, morirían por ellas… de adolescente
le di un puñetazo al presumido de Enzo Marangoni porque le gustaba
cazarlas con su horqueta….
+++++++++++++
Una vez la María se asomó por la ventana de madera, era una
ventana con balaustres, adornada con maceteros pequeños, donde asomaban botones
rosados, magníficos…
+++++++++++++
Siempre fui buscado. Que tenía el don del consejo profundo, decían.
Conforme Nicanor (¿ese es mi nombre?, debí haber hecho algo por arreglarlo), el
amigo. El mecanismo de la orientación a los demás es arribar a conclusiones
lógicas de acuerdo a experiencias vividas, nada fuera de lo común.
Haré un decálogo del buen vivir, eso, un decálogo, se lo dejaré al
mundo.
La primera regla será: sé puntual sólo en las celebraciones religiosas,
aeropuertos, entrevistas de trabajo y partidos de fútbol, por el resto no te
afanes. Dos: en cuanto al disfrute de la comida envía a Carreño al retrete. Punto. Sin discusión. Come como te plazca,
elabora sánduches con carne y arroz si te parece, mezcla puré de papas, guineo
y atún, busca sabores que bailen en tu lengua.
Eso sí, mantente en la decencia, no por comer sin ataduras tendrás el derecho de eructar frente a la
gente. Eso es agresión. No hay que confundir las reglas, darle otro
significado. Le repito esto al hombre generoso de gabardina gris, agujereada en
el hombro, que me lleva del brazo. Se alegra por mis ocurrencias. Dice que me
conducirá a casa, le sonrío, deteniendo mi vista en las pelusas que bordean el
orificio de su vestimenta, subimos al bus, yo con esfuerzo supremo, mis piernas
no obedecen con claridad cuando la mente ordena moverse. Por el tema de la tercera edad un tipo me cede su
asiento. Mi acompañante no se desapega. Que conoce a mi familia cuenta, a la
señora Dolores, la del delantal de flores amarillas, lo dice con tal certeza y
fascinación que debo callar porque cuando busco rostros cercanos en mi mente
sólo aparecen espacios vacíos, figuras en blanco, fotografías deshechas.
Le digo al hombre de la gabardina que, en cierta forma, soy un ser solitario,
un desagradecido con todos aquellos que encontraban en mí algo distinto.
Incluso, odiaba que los rostros en
blanco me cantaran el cumpleaños, convertirme en el centro de la fascinación. Así de tozudo. El hombre comenta que llegó el
momento de bajar. Sin embargo el exterior que contemplo tras la ventanilla, con
sus casitas de madera, enclenques, y ropa colgada en las ventanas no me dice
nada. No abre ninguna inscripción en mi mente, la cual parece una tumba.
+++++++++++++
A mí me gustaba cortejar a la María desde la esquina de su casa, la esperaba
durante horas, un par de silbidos reproducían un tango, ¿cuál era?
+++++++++++++
Deambular no es malo. Es como estar dentro de una película. Un espía con
las manos en los bolsillos. Sólo que no sé adónde ir. Velero desocupado, sin
rumbo. Hay que apreciar el lado positivo: uno nunca deja de aprender.
“Caminante no hay camino, se hace camino al andar”, alguien lo mencionó.
O mejor: “El camino interesante es el que tienes por delante”, sentencia
de Nicanor y en verso. Será la quinta regla del decálogo. Lo que duele cuando
se camina en solitario es la gente que
lo mira a uno como loco, eso, y las
necesidades, cuando son verdaderas, el hambre y el frío por ejemplo, y la noche
encima. Y restos de dolor en la frente, en la ceja izquierda, por fortuna la
herida ha dejado de sangrar. ¿Con qué me habría golpeado? ¿Con una reja? Sobre la acera
veo un hombre que toca una armónica; un
círculo de gente lo rodea y aplaude. La verdad es todo un artista. Durante unos
minutos nos ha tenido encandilados, como esos gatos cuando se embrutecen con
los faroles de los vehículos, la verdad que son unas bestias, el auto los
quiere esquivar, se van hacia la izquierda, y ellos, amagan, porque hacen que
buscan la derecha, pero también terminan en la izquierda, luego el sonido
instantáneo de carne atropellada, ningún gemido, nada. Al final de la melodía,
un compañero del músico camina frente a los espectadores, extiende un sombrero
gastado. Cuando está muy cerca, agarro el ala del sombrero, sólo quiero decirle
que me de un par de moneditas porque el hambre me mata, lo juro, le ayudaré de
algún modo, tironeamos, recibo un empujón.
+++++++++++++
Enzo Marangoni y yo nos cuadramos como esos boxeadores de la guardia
vieja, fintas, movimientos al costado, arriba abajo, un par de golpes tontos,
él queriendo sorprenderme, hasta que me dio chance en su flanco izquierdo, pum,
un yap que sonó a diablos, nalgas al suelo. Se incorporó, aturdido. Grave
error, debió rendirse. Otra ganga, y un gancho a la quijada, que no mates más
aves te digo, le dije, otra vez al piso de bruces, allí fue lo del porrazo por
la espalda, a traición, por parte de sus amigos, mientras yo, como caballero, esperaba que se levante.
+++++++++++++
Sí, era la luneta del Odeón,
dos por uno, cine continuo, donde olía a moho, y la oscuridad cobijaba: Charles
Bronson en “Cabo blanco”.
+++++++++++++
Nada sempiterna, la muerte es una nada, frío encima, vacío,
¿Quién soy? ¿Por qué me miran y siguen
de largo?
+++++++++++++
Esta sopita ha estado de madres, excelente, calientita, substanciosa,
con papitas cocinadas que se deshacen en la lengua, fideos en su punto y una
que otra menudencia; he percibido su tránsito hacia el estómago, ocupando todos
esos espacios y ventosas y flores carnívoras que aguardaban algo de comida, así
debe ser el reino de los cielos, lo imaginé siempre como una buena sopa en el
momento indicado, es decir, cuando se está a un paso de la muerte. A mi lado,
un pequeño, morenito y calvo, sonríe; debe tener trece años, me pregunta “cómo
está viejo, lo encontramos perdido, sentado en la vereda, no sabe ni como se
llama”, y yo muevo la cabeza de arriba abajo en señal de aceptación y alegría.
“Le hemos puesto Carlos”, replica colocando su mano en las mías, arrugadas y
huesudas, “así que tómese el caldo”. Me doy cuenta que estamos bajo una gran
estructura, un puente, por el ruido de los coches, y que fuera de ese
muchachito hay muchos otros, duermen en el suelo, desparramados sobre cartones
y periódicos.
+++++++++++++
He de ser un mendigo. Es obvio. El techo de este túnel no deja de ser
patético, hay ropas tendidas, unas pocas, restos de una consola que sirve para
guardar otros restos inservibles, piedras en el suelo, ratas transeúntes y
felinos rastreadores. Siento que soy nuevo aquí, pero no hay nada atrás
tampoco, como para decir que vengo de allá o acullá. Juraría que no he dormido siquiera dos días. En
mi mente aparece el hombre de la gabardina agujereada, el del bus. Entonces
juraría que yo también llevaba un saco, dinero en el bolsillo y un papelito que
sé era importante, que debía mostrárselo a alguien. ¿Por qué un papel nos
podría salvar de las dificultades?
Las otras cosas que recuerdo son sueños de otras vidas, tal vez fueron
mías o me las contaron, como cuando estuve en la final de la Copa del Mundo. Los niños ríen
mientras escuchan la anécdota, deben creer que estoy chiflado, sin embargo me
veo ingresando al tumulto, muy contento,
empujando y siendo empujado, muchos llevaban sombreros, banderas, otros
cantaban, y yo solo queriendo ver el
duelo entre Maradona, la atracción de la Copa, y los recios alemanes. ¿Ganó o
perdió Maradona?
+++++++++++++
¡Que a correr carajo!, me dice, aterrado, el niño de los trece años, el
que me consiguió la tarrina con la sopa mágica, por suerte, un rostro conocido,
Miguel se llama, me agarra de la mano y me lleva a través de la oscuridad,
soportando mi lentitud con una paciencia admirable, hacia otros pasadizos, sólo
conocidos por él, ¿será uno de esos ángeles misteriosos que aparecen en la vida
de uno?; ingresamos a unos túneles donde de seguro no avanzarán los policías.
Aquí el agua que corre es apestosa y llega hasta los tobillos. Atrás nuestro
percibimos, centelleantes, las linternas, los gritos de los otros chicos y el
de los agentes dispersándolos a punta de toletazos.
+++++++++++++
Invité a la María. La evoco con un vestido blanco, de lino, y esa flor en
su cabeza, de las que colgaban del macetero de su ventana, divina como una
reina, sus labios centelleaban fragmentos de luna debido al rímel. Y eso que
tenía varios pretendientes.
+++++++++++++
Miguel, el morenito calvo, me aconseja, me dice que debo fingir sin que
me de pena, eso, hacer teatro, que todo mundo tiene lástima de un
viejo que pasa mala noche en la calle, a la intemperie, porque la mayoría tiene
un familiar olvidado en algún lugar del mundo, un padre huraño, una abuela con
el cerebro colapsado, un perro con garrapatas, (¿mi perro se llama Lacra?) y que
si hago bien mi papel, elevando un poco el mentón y comprimiendo los labios
para reproducir arrugas les daré un golpe en la conciencia, en el hueco que
aseguran hay en el fondo del alma, y entonces para apaciguar aquel canto de
ballenas adoloridas meterán la mano en el bolsillo y llenarán la canasta. Yo
recuerdo a centellazos y le digo que no me llamo Carlos sino Nicanor, y elaboro
reglas. Esta será la séptima: “sobrevivirás si sabes actuar”. Miguel muestra su
dentadura incompleta y argumenta que no sólo tomaremos sopa, sino que comeremos
carne. Carne de parrillas. Una al estilo argentino o uruguayo, propongo, y él
me pregunta que de dónde aprendí eso, que por qué tienen que ser argentinas o
uruguayas, entonces callo. Callo porque he perdido la cuerda inicial. Me dejan
en la esquina de una iglesia. Dos pequeños, a izquierda y derecha me
salvaguardan de cualquier dificultad, soy un mendigo de oro, el pan de sus
santos días, me convierto en Shakespeare,
dejad que las monedas vengan a mí.
+++++++++++++
Cuando enamoré a la mujer de mis sueños le pedí que nos fuéramos
en el primer vagón que saliera a Punta Dominica, y que viéramos los lagos
cuando se forman con el agua que baja de las montañas.
+++++++++++++
La lotería jugó en 55.
+++++++++++++
¡Que cante el viejo!, ¡que cante el viejo!, gritan los muchachos, a la
luz de una pequeña fogata, pero yo les respondo que el viejo no canta sino que
cuenta. Miguel es el primero que se carcajea, golpeando sus manos en las
rodillas. Se ha dado cuenta que debe repetirme quién soy y qué hago: reglas
para vivir. Tengo otras. Has muecas cuando te tomen una foto y el evento esté
revestido de seriedad. Promueve un club de muequeros.
Debes hacer reír. No basta que rías tú. Celebramos por dos razones. Por un lado
recuperamos el puente, lo que significa: podemos dormir en paz. Y tenemos pizza
para todos. Inolvidable. Entramos al local, harapientos y apestosos como perros
de la calle. Los guardias y empleados se alertaron. “No damos caridad”,
dijeron, “por favor váyanse”. Y les mostramos el tarro del dinero. “Vamos a
comprar”, dije, por ser el Peter Pan
del grupo, “si no nos dejan iremos donde las autoridades”. Y se quedaron con la
impresión congelada. Me di el gusto de elaborar el gesto aconsejado por Miguel,
ese donde se estira el mentón y se aprietan los labios, con la adición de
ensanchar los párpados. Algunos pequeños jamás han comido una pizza completa en
su vida.
+++++++++++++
Espero en la avenida, gesticulo, pasa una señora, y la moneda cae por
arte de magia. Gol. Miguel y otro de los niños, en la acera del frente,
vigilan. Levantan el pulgar. No es del todo malo ser mendigo. Tengo tiempo para
culminar las reglas de Nicanor. La décima: báñate (¡cuánto lo deseo!), pero no
desperdicies agua, el mundo se está acabando. No seas infame. En eso un
chirrido de llantas suena en la esquina; los niños, incluyendo a Miguel, salen
despavoridos, como palomas con disparo. Me abandonan. ¿Qué pasa? Volteo el rostro, y es un carro de la policía. De él se baja una muchacha de ojos
gatunos, tendrá dieciséis años, corre hacia mí, con desespero, lleva un suéter
desabotonado, muy ancho, que baila sobre su cuerpo. Siempre he pensado que la
mayoría de las mujeres corren de manera cómica. Atrás de ella, también
llorando, está… está la María. Su
rostro casi no ha cambiado, pese al cabello cano, sigue como estuvo en mi
mente, divina. Entonces sé que esa es mi vida, que el abrazo eterno que nos
dimos esa mañana en el tren, contemplando las montañas y los lagos, fue cierto.
Quiero pronunciar un par de palabras, pero de mi garganta, debido a la estúpida
emoción senil que me puede matar como a las iguanas que le caen los rayos
desorientados, no salen palabras sino una especie de lamento tembloroso de
mulo.
(Cuento N0 1 del libro Errantes y Embusteros)
No hay comentarios:
Publicar un comentario