Escribo y creo senderos de vida o ficción para que alguien los transite. Lobo por ser solitario, y a la vez necesitar del grupo.
sábado, 8 de octubre de 2016
¿Qué miras amigo? Carta a mi perro.
¿Qué mirabas amigo? ¿Qué pensabas? No lo sé, quizás en esa nubecita que se había instalado en tu ojo y no te dejaba ver bien, o en tu respiración, que ya era un poco entrecortada. Recién habías vencido un cuadro de insuficiencia respiratoria terrible y habías logrado convencer a tu corazón que siguiera latiendo y te pusiste de pie, como Rocky en el décimo asalto con Apolo Creed, o como el verdadero luchador y amigo que siempre fuiste. Si tal vez, lo hiciste por nosotros, para darnos unos días más. Y hasta te diste el lujo de jugar a la pelota. Pero yo sí sabía en qué pensaba cuando te tomé esta foto: que sería la última. Y no me equivoqué. Te fuiste un domingo, ya hace más de un mes, en agosto, que tiene la mala costumbre de llevarse a seres queridos. Uno siempre piensa: “tu perrito se va a morir un día”, y aunque uno crea estar preparado, el impacto es semejante al que una piedra le hace a un vidrio de una ventana. Le queda a uno recoger los pedazos y reconstruirlos, aunque existen algunos muy desmenuzados, lo que implica que el corazón no quedará igual. Pero ¿sabes qué amigo?, mientras recogía los fragmentos sonreí varias veces. Me diste muchos sábados. Inconscientemente me los fuiste robando. Día de paseo, de baño, de playa, de juego, en fin, fuera, claro, del día a día, cuando me acompañabas mientras yo escribía, o cuando corríamos en los amaneceres o en las noches. Tengo el registro: 1035 salidas a correr en los 10 años y más, y 3628 kilómetros. No faltaron dificultades. Alguna vez mencioné que nos agarró una mega lluvia, con rayos que parecían caer a nuestro lado, o esa jauría de perros que nos atacó. O judas (así le pusimos al perro negro de un terreno con el que siempre te bronqueabas) O ese gran pastor rojo que se quiso propasar contigo pero que lo paraste en seco. O ese salto extraño que pegaste a un lado para avisarme que teníamos a un metro a una serpiente de las enormes. Sí, recogiendo cada pedazo sonreía. Recordé que fuiste mi personaje para el libro Soldado G3113, que entusiasmó mucho en los colegios. Y que aparecimos juntos en la portada de otra de mis obras: “Las luces de la felicidad”. Ah, también apareciste en el diario, varias veces, y a color… y en el barrio de la Saiba cuando me preguntaban por ti me decían: ¿qué es del famoso? Y yo llegaba con el pecho hinchado a la casa. También recordé tu entrenamiento, las travesuras que le hacías al instructor. Luego fuimos uno, al menos cuando corríamos o cuando íbamos a esas escuelas a dar uno que otro espectáculo con todo lo que sabías hacer para que los niños sonrieran. Fuiste un perro maravilloso. Amaste a la familia y sacaste sonrisas a niños desprotegidos, luego te dejabas fotografiar con ellos, y creían que eras el “Comisario Rex”. Yo no negaba las cosas para no dañar fantasías, porque al fin y al cabo tu nombre vino de una serie de mi infancia: “Corre Joe corre”. En fin, puedo concluir que te debo algo impagable: trataste, en lo posible, que yo me convierta en un mejor ser humano, aunque eso sea tarea del día a día. Es la deuda que tengo contigo y prometo hacer lo posible para no fallarte. Dicen que los perros no tienen alma, otros que sí. A mi, en el fondo, aquello no me interesa. Sé que Dios no será injusto contigo. Eso me basta. Porque energía fuiste y la energía se transforma, entonces serás, en algún lugar, un halo de luz, un suspiro, no sé, pero así te hayas convertido en “nada”… serás siempre una “nada” maravillosa e irrepetible que surque el espacio, una “nada” que llevaré conmigo hasta el último día.
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